Una noticia conmovió a los seguidores del cine chileno: la película “Tráiganme la cabeza de la Mujer Metralleta”, de Ernesto Díaz, que recientemente fue exhibida en el prestigioso Festival de Cine de Cannes fue incluida en un recuento de The Guardian sobre lo “peor” del certamen, en un sarcástico recuento donde abundan las comedias y cintas de acción.
La película protagonizada por Fernanda Urrejola comparte lugares con una comedia policial, un tornado de tiburones y una sobre un Viejo Pascuero alérgico, entre otras producciones.
Sin duda es una muy buena noticia, si seguimos a Neruda cuando le preguntaban cuándo habrá buen cine chileno: “Cuando exista mal cine chileno”, respondía inefable.
Lo que no saben los críticos presentes en Cannes es que la película fue estrenada antes de que la vieran ellos, en un ya tradicional Festival de cine, en la ciudad de Lebu, al sur Chile, el mismísimo día de la mujer: el 8 de marzo de 2013. El público que repletaba el gimnasio del Liceo Técnico Profesional Dagoberto Iglesias de esa ciudad, que no posee salas de cine, disfrutó de la cinta y se rió de buena gana con la fantasía de un personaje que pertenece a la cultura popular.
En efecto, Ernesto Díaz juega en el título de la película con el mito creado por la prensa, de una supuesta “terrorista” que usaba “todas las formas de lucha” para combatir la dictadura de Pinochet. Luego, ese calificativo fue siendo aplicado por la cultura popular a cuanta mujer delincuente aparecía en las páginas policiales y también a no pocas damas de “radiador pequeño” que explotan con facilidad ante situaciones enojosas.
Adicionalmente, la película es protagonizada por una excelente actriz, bastante reconocida en las también populares teleseries.
De modo que, más allá de la calificación británica, el film contribuye a llamar la atención de un público que no va habitualmente al cine y menos a ver cine chileno y eso es una buena noticia. Sobretodo cuando el país cinematográfico estaba bastante satisfecho con los merecidos recientes logros de películas nacionales como “NO” y “Gloria”.
Pero el cine no vive y se desarrolla sólo de premios, sino de públicos. Y los públicos deben habituarse a ver cine chileno. Por ello es relevante la iniciativa parlamentaria de reglar, por ley, cuotas de pantalla para las creaciones nacionales.
Ya se demostró que las audiencias teatrales se pueden desarrollar mostrando mucho teatro, bueno, regular y malo, aunque para ello no fueron necesarias cuotas de exhibición sino estímulos concursables como el Fondart e infraestructuras edificadas con dineros públicos, como el Centro Cultural Estación Mapocho, el GAM, Matucana 100 o el Municipal de Las Condes, que no persiguen fines de lucro. Es verdad que aún faltan estímulos públicos para compañías independientes, lo que es de toda lógica dado que existen audiencias expectantes.
Sin embargo, el cine está en otra etapa previa. Apuntando más a la creación y con resultados sobresalientes tanto en cortos, largometrajes y documentales, con crecientes aportes públicos de Fondo del Audiovisual, la CORFO y el CNTV, los que no serán suficientes si no se sustenta dicha creación en audiencias estables.
El problema es que, a diferencia del teatro, mostrar cine pasa por programadores y exhibidores transnacionales que persiguen sólo un beneficio lucrativo que llega con más facilidad proyectando películas fabricadas en Estados Unidos por empresas vinculadas a las mismas cadenas exhibidoras.
Complementariamente, disponemos -sólo en dos o tres ciudades- de muy pocas salas de cine arte, con severas limitaciones de difusión de sus programas.
¿Habrán pensado los grandes distribuidores de cine internacional que, cuando lleguen con sus multisalas a la provincia de Arauco, por ejemplo, ya tendrán un público habituado al cine?
Sólo que mayoritariamente cine chileno, gracias al Festival Internacional de Cine de Lebu que lleva ya trece ediciones desde que comenzara mostrando a los lebulenses películas en la histórica caverna de aquellos forajidos apellidados Benavides, que hicieron mucho daño a las fuerzas patriotas que luchaban por nuestra independencia.
Festivales como FICIL, organizado recientemente por vez primera en Santiago, contribuyen también a fomentar la independencia del cine nacional, no sólo presentando competencias de documentales, cortometrajes incluso regionales, sino además proyectando películas en entornos tan idílicos como el lago Lanalhue o la Estación Mapocho, y convocando a una mesa de discusión y debate sobre las necesarias cuotas de pantalla.
De modo que quienes califican a la “Mujer Metralleta…” como la peor película para el ilustrado público de Cannes, nos hacen un gran favor: permiten reflexionar que el cine es respecto de la vida misma, una vida que, en Chile, se ha nutrido de mujeres de gatillo fácil, de apariciones truchas como la virgen de Villa Alemana, de oficinescos paseos narrados por el Rumpy y también de gestas notables como la campaña del NO o mujeres señeras como la Gloria de Pali García.
En esas pantallas, deberemos avanzar en la búsqueda del desarrollo del cine nacional, recurriendo a leyes de fomento, aportes públicos, contribuciones empresariales y audacias varias, como, por ejemplo, acoger a la peligrosa Fernanda Urrejola, fuertemente armada, en la popular feria Comic Con.