2000 camisas desplegadas en el hall central del MNBA y otro millar de chaquetas colgadas en el Museo de la Memoria. “Sólo lo que no deja de herir permanece en la memoria”.
Quien visite por estos días el Museo de Bellas Artes o el Museo de la Memoria, se encontrará con una verdadera catarata de camisas o chaquetas que suben o bajan por las alas sur y norte del MNBA y el MDLM en sus naves exteriores. Se trata de dos instalaciones que, bajo un mismo concepto, invitan a la reflexión.
Cada una de las prendas reunidas bajo criterios que no son casuales, por ejemplo de los tonos más suaves en la parte superior y de colores más intensos en las dispuestas en el suelo, nos hablan de opciones que no obedecen a la arbitrariedad sino a criterios de selección que organizan el cuerpo de la obra.
Se trata de prendas usadas, cargan con historias individuales, son prendas de segunda mano unidas todas por los puños, se trata de un “nosotros” representado, no son individualidades, piezas autónomas, por tanto, señalan un esfuerzo nostálgico, de búsqueda de una experiencia común.
Las camisas comparecen por nosotros, a cambio de nosotros, hermanadas, conformando una totalidad tan fugaz como nuestros breves intentos de construir un proyecto común.
Puede parecer arbitraria o forzada la relación, pero desde que vi estas prendas recordé ese botón blanco incrustado en el óxido de un trozo de riel ferroviario extraído del océano con vestigios humanos. Esa breve seña blanca de los cuerpos arrojados al mar, de nuestros detenidos -desaparecidos, que hoy se expone en Villa Grimaldi.
El capricho del mar hizo posible que en ese trozo de metal quedase la huella de una prenda humana, de una historia interrumpida por la fuerza. Fragmentos, breves episodios, dolores. En cierto sentido, es la memoria que comparece para abotonar los hechos.
Probablemente la artista finesa, no conozca la Villa Grimaldi, pero ese botón que se puede ver en la vitrina, al interior del cubo de cobre no solo reclama la camisa de la cual se extravió sino esos cuerpos arrojados a las profundidades.
A cuarenta años del golpe militar hay demasiada “ropa tendida” que reclama ser aclarada, la obra de Kaarina Kaikkonen vino a poner el dedo en la llaga, no parece casual el nombre de sus dos propuestas: Huellas y Diálogos.
Justamente, las huellas están, lo que brilla por su ausencia es un diálogo sincero que nos lleve a la verdad sobre lo que aconteció con tantas víctimas.