Lograr que una obra escrita represente a través de sutiles alegorías morales el tiempo en que se vive, y el futuro que se avizora, es un trabajo logrado sólo por muy pocos escritores en la historia de la literatura universal.
Un caso ejemplar a mi entender se da en el cuento “La mezcladora de cemento”. En el se puede descubrir cómo un muy bien planeado ataque marciano es absorbido y completamente diluido con llaves de la ciudad, cantos, discursos y comidas en honor a los invasores quienes finalmente se pierden, junto con sus ideas de invasión, en el bien entramado mundo de la sociedad de consumo. ¿Algo de ello le parece familiar?
En otro texto, muy bien titulado “El Hombre”, se nos lleva por el espacio en el cohete del Capitán Hart a quien se le hace imposible creer que luego de aterrizar no esté siendo recibido y vitoreado en el planeta de destino como corresponde a un hombre del nivel que se considera él mismo.
Pronto se descubre que la razón por la cual los habitantes de dicho lugar tienen una preocupación mayor es que luego de miles de años de espera han recibido la visita de un hombre que para ellos es muy significativo.
Sin embargo el capitán Hart piensa inmediatamente que el personaje en cuestión no es más que un ardid de sus competidores, otros viajeros del espacio, ávidos de quitarle el sitial que de acuerdo a todas sus sensaciones de orgullo le pertenecen plenamente. ¿Le es conocido el tema de los egos personales?
Continuando con las citas narrativas, en “Los pueblos silenciosos” puede distinguirse a un hombre llamado Walter Gripp que recorre las silenciosas ciudades de Marte con la soledad a cuestas mientras su imperiosa necesidad de compañía es recompensada un día cualquiera al escuchar un teléfono sonando al otro extremo del pueblo. Gripp corre con desesperación y encuentra finalmente al otro lado de la línea a una mujer. Alguien que ha estado en sus más profundos sueños durante largo tiempo.
Y decide reunirse con ella para descubrir finalmente que sus prototipos mentales no calzan con la realidad de una mujer más bien gorda y que gusta mostrar un vestido de novia que ha guardado por años o ver una y otra vez la misma película de Clark Gable. Y, aunque es la única mujer que hay en el planeta, decide huir de su compañía. ¿No es esto una tremenda metáfora de la superficialidad de la época en la que vivimos?
Los textos anteriores tienen un origen común: la extraordinaria mente de un escritor que nos dejara el pasado 5 de junio para ir a recorrer su propio camino hacia las estrellas: Ray Bradbury.
Bradbury había sido estimulado desde muy pequeño por su tía Neva a usar su imaginación y a la edad de 12 años ya era un escritor empedernido aunque sólo es a los 23 años que logra vender su primera historia.
Cinco años más tarde, siendo exactamente la mitad del siglo veinte, publica lo que sería su obra cumbre: “Crónicas Marcianas”.
En ella Bradbury da cuenta de diferentes vistas del proceso de la colonización del planeta Marte reflejando con maestría los temas de posguerra tales como la censura, el racismo y la amenaza potencial de la guerra nuclear en historias que siempre sugieren muchas posibles lecturas acerca de la naturaleza de los conflictos sociales.
De su prolífica mente saldrían con posterioridad entre muchas otras obras “El hombre ilustrado” (1951), “El país de octubre” (1955), “Mucho después de medianoche” (1975), “Cuentos de dinosaurios” (1983), “Conduciendo a ciegas” (1997) y “El signo del gato” (2005).
Dejamos aparte la extraordinaria novela de 1953 “Fahrenheit 451” la cual seguramente requiere de un análisis exhaustivo al que unas pocas líneas en este espacio no le harían suficiente justicia. Baste decir que hay en ella, en mi humilde visión, un homenaje certero al valor que los libros han tenido y deberían tener en la historia de la humanidad.
He querido simplemente destacar al extraordinario hombre que nos legó un mundo de imaginación describiéndonos a nosotros mismos desde el estilo que Borges llamara tan certeramente como “Ficción Científica”.
Ojalá sus textos sean abrazados por las actuales generaciones y que a partir de ellos se sigan develando los paradigmas de nuestra propia vida moderna en un reflejo que dé buena cuenta de los errores que hemos cometido de manera de poder pensar en enmendar al menos algunos rumbos.