En estos últimos días se han vivido interesantes procesos de participación democrática en Castro. Hace unas semanas con las Primarias de la Concertación, y el pasado fin de semana, con un plebiscito ciudadano.En ambos ejercicios participativos los resultados fueron contundentes. Casi el 80% de los participantes de las primarias respaldó al actual Alcalde Águila, férreo defensor de la construcción del polémico mall, lo que ya permitía proyectar el resultado del plebiscito, en donde se incluiría una pregunta sobre la construcción del centro comercial.
Nuevamente los resultados fueron abrumadores: el 95% de los habitantes de Castro se pronunció a favor de su construcción.¿Qué lectura cultural podemos hacer de este resultado?¿Estamos tan equivocados los académicos y ciudadanos defensores de nuestro patrimonio?
En primer lugar parece incuestionable y de total legitimidad la victoria del actual edil en ambos procesos democráticos, lo que nos lleva a una segunda pregunta ¿la mayoría de los habitantes de Castro está por destruir su patrimonio?
Por eso, más allá, de cómo se permitió la construcción de invasión arquitectónica y cultural de esta magnitud, el problema desde la perspectiva antropológica se traslada a la respuesta de la comunidad frente a este hecho. Hace unas semanas escribí un primer artículo en relación al “Mall de Castro”, y me di el trabajo de leer los comentarios de los distintos ciudadanos que ejercían su legítimo derecho a la expresión.
En primera instancia – reconozco – lo que más me sorprendió fue el hecho que la mayoría de los habitantes de la zona defendía la construcción del centro comercial. Pero fueron definitivamente sus argumentos los que despertaron mi inquietud científica.
Recuerdo nítidamente dos de ellos. El primero hacía referencia a que cómo no comprendíamos los santiaguinos (dando por hecho esa condición) que para ir al cine debían desembolsar $40.000, y el segundo a que nosotros los forasteros (extranjeros en nuestro propio país) no comprendíamos lo que era aburrirse todo el invierno encerrados en torno a una estufa.
Estas expresiones me conectan con la afirmación de Stuart Hall cuando señala que “la cultura produce los cambios en los estilos de vida, en las prácticas cotidianas, en los comportamientos. Si por medio de los discursos uno crea subjetividades empresariales, tendrá sujetos que se comportarán socialmente como empresarios. La cultura dentro de la cual obrarán será una cultural empresarial”.
Por lo tanto, comprensible sería que después de casi treinta años de ideologizarnos culturalmente en pro del mercado, el emprendimiento y el consumo, la gente no conciba ir al cine si no es dentro de un mall, ¿por qué ese ciudadano no exige la construcción de un centro cultural público que contenga una sala de cine? o ¿por qué la gente de Castro desprecia la tradición de conversar en torno al calor de un hogar y prefiera el encierro en un centro comercial induciendo al consumo como mecanismo de diversión?
Sencillamente porque el dios Mercado lo hace soñar con comer una hamburguesa en Mc Donald’s junto a su familia o amigos, mientras el curanto languidece en una casa vacía.
Por eso, cuando un destacado arquitecto panelista de un medio radial planteaba que nadie se oponía a la construcción del centro comercial, sino al cómo se hizo,permítanme disentir; el problema no es sólo de forma o de ubicación.
Desde la perspectiva antropológica el problema va más allá, es cómo afecta las relaciones sociales, la economía local, el paisaje cultural, es decir la vida a escala humana. La pregunta es ¿toda ciudad debe tener un mall? ¿Todas deben ser como La Florida rodeada de tres centros comerciales y ningún parque público?
Y aquí volvemos a nuestra clase política ¿Qué responsabilidad le cabe? La respuesta es simple: toda.
¿Por qué no existe un plan serio de educación de valorización de patrimonios locales?
¿Por qué esta legislación es tan débil y no fomenta la existencia de ningún instrumento público que permita demoler si se atenta contra nuestro patrimonio?
¿Por qué los planes reguladores no son visados por el Consejo de Monumentos si ponen en riesgo zonas patrimoniales?
¿Y qué pasa con nuestras autoridades locales dispuestas a destruir nuestro legado cultural si eso le granjea votos?
Alguien se puede imaginar al Jefe de Gobierno de Ciudad de México autorizar la construcción de un mall entre la Catedral y el Templo Mayor Azteca en pleno zócalo capitalino. O a la autoridad local de Roma poner en riesgo el Coliseo Romano ante los problemas de congestión que provoca.
La respuesta, ni vale la pena mencionarla, es tan evidente que el cuestionamiento surge más bien por la ceguera de nuestros políticos, por su mirada cortoplacista y atrapada en un paradigma modernizador brutal y destructor de nuestras tradiciones y memoria social.
De esta manera, parece preocupante, si vemos que el ministro de Obras Públicas opina como si estuviera en el living de su casa, que encuentra un despropósito la construcción del mall, pero no entregue ni una sola opinión política de cómo va a resolver el problema desde la óptica del estado o de las políticas públicas. Podemos constatar la pobreza de ideas y la anomia absoluta frente al poder del mercado de nuestras autoridades gubernamentales.
Entonces si no son los políticos, ni los empresarios, ni los técnicos, y ni siquiera los lugareños, emulando al Chapulín ¿quién podrá defender el patrimonio?
El panorama se ve sombrío, pero me siento optimista cuando veo a agentes sociales organizándose por defender barrios capitalinos, el puerto de Valparaíso, nuestra gastronomía, nuestra artesanía, recursos naturales asociados a la vida de Pueblos Originarios o comunidades agrícolas, o rechazar un mall en La Reina.Quizás todavía son minoría, pero están adquiriendo tal consistencia que ya disputan la hegemonía cultural del libre mercado.
Son movimientos socioculturales con una visión solidaria e igualitaria que no restringen su accionar a su metro cuadrado sino que comprenden que nuestra riqueza como país se basa en nuestra diversidad cultural.Somos un mosaico de prácticas y tradiciones culturales, que si las vivimos como comunidad será el mejor patrimonio que podemos heredar a futuras generaciones y nuestros hijos, si realmente queremos alcanzar un desarrollo sustentable.