Al escribir hay personajes que toman una especie de vida propia. No se contentan con el papel que uno les hace jugar y demandan protagonismo. La primera vez que me ocurrió recordé a esos volantines que piden más y más hilo para encumbrarse hacia el sol. A veces esos personajes incluso adquieren tal vida que comienzan a desafiar al autor.
Algo como eso fue lo que le pasó a Quino con Mafalda, que cumple 50 años. Su creación fue casi un azar y su éxito fue internacional; sin embargo, con el paso de los años comenzó a ser una tortura y un permanente desafío a la genialidad de su autor.
Conocí a Quino a comienzo de los 80 cuando con Paolo Basurto fuimos a pedirle una segunda colaboración para Unicef. Ya antes, con motivo del Año Internacional del Niño, había contribuido poniendo a los personajes de Mafalda a promover Los Derechos del Niño.
Quino llamaba la atención por su timidez. Hombre suave y delicado, de un tono tan lejano al que acostumbrábamos a escuchar a diario en Buenos Aires. No parecía argentino.
Nos confidenció lo desgastante que le resultaba hacer diariamanete la tira cómica. Se pasaba horas buscando el tema justo, para darle vida a Manolito, Susanita, Guille, Felipe y la protagonista principal.
Además, ya entonces, cargaba con esa inmensa auto culpa de haber contribuido con Mafalda a la rebelión juvenil que había costado tantas muertes durante los gobiernos militares que se sucedían unos a otros en la Argentina.
Ciertamente, Mafalda no fue la bencina del incendio, ni Quino el ideólogo de la rebelión. Pero él, desde su mundo, se ubicaba en el centro del conflicto y cargaba con culpas de todo tipo. Creo que especialmente con las imaginarias y las que su prodigiosa fantasía le hacía concebir.
Para muchas generaciones Mafalda fue ese oasis donde era posible criticar las injusticias, pensar en un mundo mejor y sentir más integrado a esa Latinoamérica tan parecida en lo militar y tan disociada en lo político. Mafalda no solo contribuyó con esa mirada de humor culto y sagaz, también nos acercó un poco diluyendo fronteras en este continente.
Mafalda fue una de las primeras lecturas entretenidas que permitió a nuestros hijos entender la crítica social más allá de teorías o cabezudos análisis.
Desde que los libritos de Mafalda comenzaron a venderse en los kioskos de Buenos Aires se transformaron en piezas de colección y junto a los cassettes de música de Mercedes Sosa cantando a Violeta, Les Luthiers y María Elena Walsh, fueron el objeto deseado de todo visitante latinoamericano.
Años después supe que Quino se había liberado yéndose a vivir a Italia. Para entonces su creación ya no le pertenecía: era patrimonio cultural y un icono para varias generaciones.
Ahora, cuando Mafalda cumple 50 años le agradezco a Quino habernos regalado esa portentosa obra que ayudo a mantener vivo nuestra capacidad crítica, espíritu solidario y democrático.