No quiso terminar bien este mes de febrero para el mundo del libro en Chile. No fue el sismo del 2010, pero fue un remezón muy fuerte para todos los actores del libro en el país.
Perdimos a Bartolo Ortiz, el mítico factótum de Editorial Planeta chilena por muchas décadas. Y cuando menos lo esperábamos: había comunicado su jubilación definitiva a partir de marzo, esta vez era en serio, lo soltarían. Un fulminante y cruel infarto cerebral lo dejó sin la justa recompensa del jubileo.
No es solo la aflicción por el amigo perdido lo que mueve este comentario, sobre todo es una necesidad de hacer justo reconocimiento a un trabajador infatigable que cruzó la tarea de muchos de los protagonistas de la cadena del libro en Chile.
Lo conocí hace 30 años, en Buenos Aires, cuando me incorporaba a la dirección editorial de Editorial Planeta y me presentaron al personal que allí trabajaba.
En la bodega había un operario chileno, un compatriota que tenía el sonoro nombre de Bartolo Ortiz. Desde entonces presencié el despliegue de este selfmade- man que fue asumiendo cargos de responsabilidad hasta llegar a ser gerente general en Chile. Todo amparado en una laboriosidad inteligente que culminaba siempre en eficacia.
Desde entonces nuestra amistad se fue entretejiendo por afinidades selectivas que trascendían al libro y abarcaban desde el desprecio al dictador que gobernaba nuestra cercana patria, hasta el gusto por el campo chileno y la nostalgia de su San Felipe natal.
Bartolo se había quedado con lo mejor de las virtudes del huaso chileno y las desplegaba en su trabajo diario y bien le funcionaban.
Volvió a Chile con Planeta y fue una pieza clave para el desarrollo del boom de la nueva narrativa de los 90. Las librerías chilenas habían quedado devastadas por el apagón cultural y los sistemas de posicionamiento de libros eran muy precarios. Eso no era funcional a la agresividad comercial que requería esa gran cantidad de autores chilenos que pujaban por hacerse leer.
Encontraron en Bartolo su mejor aliado que impuso los sistemas de consignaciones masivas y servicio de novedades, claves cotidianas de su escuela argentina que cambiaron la faz del apocamiento que imperaba en los puntos de venta nacionales.
El liderazgo de Editorial Planeta fue indiscutido por muchos años y la palabra de Bartolo en las decisiones editoriales fue ley ineludible. El mundo del libro, autores, editores, distribuidores y libreros le deben mucho a este director comercial modélico en el manejo de los puntos de venta.
Cuando lo visité en el 99 en “Capuchinos” donde estaba detenido por defender la libertad de prensa, junto al editor Carlos Orellana, como responsables de la publicación de “El libro negro de la justicia chilena” me recordó socarronamente nuestro tiempo vivido en Buenos Aires, donde gozábamos de amplísima libertad de prensa publicando incómodos libros dedicados a los poderes fácticos, anhelando la democracia y la justicia para Chile, la que ahora lo tenía preso.
Con esa misma ironía me comento unos días atrás que comenzaba el destino incierto de la jubilación, pero que estaba claro que en lugar de las palomas de la plaza preferiría ir a visitar a sus amigos libreros, y que eran tantos que le faltaría tiempo para aburrirse.
No pudo ser y el destino quiso otra cosa, pero libreros y librerías no olvidarán la huella de un grande del desarrollo del libro en Chile.