¿Son las palabras objetivas? Nos preguntamos si acaso las palabras mantienen una relación clara con los objetos o acontecimientos que ellas nombran.
En estos días en que nos hemos enterado que el ministerio de Educación ha decidido cambiar en los textos escolares el modo de nombrar el período político posterior al golpe de estado, vale la pena preguntarse si acaso las palabras “dictadura” y “gobierno militar” son objetivas, es decir, si ellas guardan alguna relación con los acontecimientos que poblaron la vida política de los chilenos durante ese período.
Aristóteles pensaba que las palabras eran diferentes dada la existencia de diferentes idiomas y culturas, pero que en cuanto ellas eran fiel reflejo de las modificaciones del alma, que eran en todos los hombres las mismas, y éstas, a su vez, eran expresión del orden de las cosas, que también era sólo uno, se podía esperar objetividad de las palabras.
Hoy ya no estamos tan seguros de que las modificaciones de nuestra alma sean las mismas en todos (ni siquiera estamos seguros de tener un alma), y tampoco estaríamos dispuestos a aceptar fácilmente que el orden de las cosas sea sólo uno, de modo que el hilo de Ariadna que debería conducirnos desde las palabras hacia la objetividad expresada en las cosas, por decir lo menos, está algo roto.
¿Significa esto entonces que no podemos pedir objetividad a las palabras y que da lo mismo hablar de “gobierno militar” que de “dictadura”? Parece que no y las razones son tan simples como evidentes.
Pese a las transformaciones en el modo en que nos representamos el mundo, nuestra alma (o conciencia) y el orden de las cosas, no obstante seguimos, mal que mal, comunicándonos y entendiendo lo que nos decimos.
Este hecho en ocasiones nos permite llegar a acuerdos y hasta hacer algunos proyectos en conjunto y, en otras, el mismo hecho nos ayuda a descubrir nuestras diferencias, disensos y a veces podemos comprobar, por medio de las palabras, la existencia de distancias insalvables con algunos de nuestros pares.
Y si dieran lo mismo unas palabras que otras tampoco tendría explicación la enorme polémica que ha generado la iniciativa del actual gobierno por intervenir los programas de estudios, así como la propia voluntad de llevar adelante estas modificaciones, empeño en el que no han estado ausentes hasta los argumentos más insólitos.
Entonces, ¿en qué radica la objetividad de las palabras? Ocurre que las palabras no son un mero instrumento y mucho menos sólo un signo que usamos para significar cosas, hechos o acontecimientos.
Las palabras son la forma específicamente humana de presentarnos ante los demás, de revelarnos como seres únicos y capaces de pensar; por medio de las palabras que usamos decimos a los demás quiénes somos, qué valoramos, qué posiciones tenemos, a quién amamos y quiénes son nuestros enemigos.
En tal sentido las palabras no son inocentes, ellas constituyen la forma en que estamos con otros, una forma que siempre tiene intención, valor, posición y por la que nos presentamos ante los otros dibujando así los contornos del mundo que habitamos. En esto radica precisamente la objetividad de las palabras.
Sin duda, entonces, cuando el ministerio de Educación decide denominar con las palabras “gobierno militar” al período político en que el poder estuvo de forma total en manos del general Pinochet, el cuerpo de militares que lo secundaron y un grupo de políticos de derecha y economistas de reconocida militancia neoliberal, nuestros actuales gobernantes se revelan ante nosotros, enseñan su posición y sus valores, y muestran sus simpatías hacia aquel régimen en el que se exilió del país a más de 200.000 personas, más de 28.000 ciudadanos fueron víctimas de tortura, entre ellos 2.279 ejecutados políticos, y hay constancia de 1.209 ciudadanos cuyo paradero es aún desconocido, es decir, detenidos desaparecidos.
Y es que las palabras las usamos en la medida en que podemos usarlas, es decir, esta forma en que nos revelamos ante los demás y dibujamos los contornos del mundo está vinculada con las relaciones de poder en que habitamos.
Si hubo un momento en que pudimos denominar aquel período político de Chile con la palabra “dictadura”, ocurrió porque quienes fueron contrarios a ese régimen, perseguidos por sus ideas, amenazados y atemorizados en cada instancia de sus vidas cotidianas, consiguieron, mediante el apoyo de la ciudadanía a través de un proceso democrático, hacerse con las condiciones de poder necesarias para hablar y revelarse a los demás, denunciar las injusticias y hacer pública su crítica a esa forma de concentración del poder total en pocas manos, sin oposición y sin el ejercicio de instituciones democráticas que permiten el control del mismo.
A esa forma de poder le llamamos dictadura y así quisimos que fuera recordada por las siguientes generaciones cuando tuvieran que dibujar los contornos del futuro mundo político de nuestro país.
Que ahora les sea posible a algunos cambiar en los textos escolares esa palabra por la de “gobierno militar” nos pone ante los ojos, es decir, nos hace objetivos, al menos tres acontecimientos que no es conveniente ocultar.
Primero, que aquellos que se opusieron al régimen que gobernó el país entre los años 73 y 90, y que lucharon por construir las condiciones de una verdadera democracia para Chile, han perdido el poder, y sería sano reconocer que esa pérdida de poder no es sólo responsabilidad de los que lo han conseguido, sino también de quiénes extraviaron de vista aquello por lo que se luchó, y que, por ende, es un proceso que comenzó antes de que se celebraran las últimas elecciones presidenciales.
Segundo, que quienes ahora gobiernan e imponen su discurso se nos revelan, en sus palabras, como partidarios y simpatizantes del ideario que dibujó los contornos del mundo político y económico de Chile en las décadas del setenta y ochenta, ideario que está plasmado en la actual constitución inamovible que nos rige y en el sistema económico que nos asfixia.
Y tercero, que con el uso de la palabra “gobierno militar” (por centrar en este suceso una metamorfosis mucho más amplia a la que estamos asistiendo) lo que el actual gobierno se propone es transformar los contenidos de la memoria de un país para dibujarlo, una vez más (¿cuántas veces hemos asistido ya a este proceso en nuestra historia?), a su propia medida, la medida que nos imponen los de siempre, los propietarios del país… porque, efectivamente, hay objetividad en las palabras.