Cada cierto tiempo se echan a correr rumores de un próximo fin del mundo. Estos casi siempre se apoyan en sospechosas opiniones “científicas” (que nunca se sabe muy bien quienes las sustentan, ni en qué se apoyan), o en supuestas profecías que habrían sido hechas por diferentes sabios y quirománticos de remotas épocas.
Estos rumores se propagan con gran facilidad y sorprende constatar que se involucran en ellos personas que hasta el momento de escucharlas hablar de estas cosas, nos parecían lúcidas y serias. La tontería humana crece como los incendios y puede hasta tener consecuencias tan nefastas como ellos.
Nuestros tiempos parecieran ser particularmente aptos para despertar temores de este tipo. Chile es muy dado a contagiarse con esta clase de espejismos.
Probablemente, la ignorancia y la superstición son factores que empujan a las personas a participar de estas patrañas, pero las verdaderas causas de este fenómeno son más complejas.
A través de las redes sociales – que no solo sirven para masificar las buenas causas, sino también toda suerte de estupideces – se ha estado difundiendo en las últimas semanas la idea de que el año 2012 sería la fecha clave del desastre final.La tesis estaría apoyada en las interpretaciones y profecías del calendario maya, que anuncia el desastre para el día 22 de diciembre.
Hay pseudocientíficos, como un señor Lawrence E. Joseph, que aparecen apoyando esta idea sobre la base del calentamiento global y de un supuesto análisis de las manchas solares. Como este tipo de temores son contagiosos, se ha formado un tal barullo sobre el tema, que la NASA ha tenido que hacer una declaración formal para aclarar que todas estas previsiones son falsas y que en realidad no hay nada que temer.
Lo divertido son los términos cantinflescos que se inventan para “apoyar” estos apocalipsis: “luz fotónica”, entrada de la tierra en la “Zona nula”, el “cuarto plano evolutivo”, el planeta “Hercolubus”, entre otros. Por supuesto, puras invenciones que buscan darle a estos embaucamientos una apariencia científica.
Para aumentar el desvarío, se ha buscado hacer coincidir esta tesis con las profecías del infaltable Nostradamus, siempre utilizado para demostrar que todas las catástrofes humanas ya estaban predichas desde el siglo XVI.
A pesar de que este personaje habría establecido el año 3797 como fin del mundo, se busca reajustar esta fecha y la “corrección”, para “sorpresa” de todos estos incautos, da como resultado el 7 de diciembre de este año, fecha cercana a la del calendario maya.
Para que no queden dudas sobre la veracidad de estas predicciones, se toman en cuenta las revelaciones de un libro perdido del mago que una periodista italiana habría encontrado hace poco en una antigua biblioteca.
La chifladura llega hasta la caricatura con las revelaciones de una princesa japonesa, Kaoru Nakamaru, que de no existir en la Red habría que inventarlas.
Ella declara haber tenido en 1976 una importantísima experiencia espiritual que le entregó un tercer ojo, con el cual pudo conversar con los extraterrestres y con una civilización muy avanzada que existe en el interior de la tierra.
Son ellos los que la convencieron que el 22 de diciembre vendría el fin del mundo: la tierra pasará a la quinta dimensión hacia un lugar que se llama “Fideo” (Sí, leyó bien, “Fideo”) y comenzará una noche de tres días. Algunos gobiernos saben esto, pero lo guardan en secreto y están cavando unas ciudades secretas para salvarse del desastre.
Lo único que se salvará de la hecatombe será el amor, que es eterno, y que hará que las almas amantes emigren hacia otro planeta donde comenzarán una nueva vida. Es importante para salvar nuestros cuerpos no tomar jugos o cerveza en lata, lo que detendría nuestro proceso de purificación para el cual solo tenemos once meses.
El cine también colabora con estas ideas y en el último tiempo han aparecido nuevas películas en que se muestran choques de la tierra con meteoritos gigantes, invasión de marcianos, cataclismos cósmicos, terremotos y tsunamis que arrasan con todo, además de epidemias que terminan con la vida humana sobre la tierra, guerras atómicas, etc.
Y no se trata sólo de films populacheros que ofrezcan vivir estas experiencias catastróficas por la módica suma de $4.000 pesos, sino también de “cine de autor” como la última película de Lars Von Trier, Melancholia, en la que se muestra el acabo de mundo en su versión intimista.
O sea, la locura desatada que se exacerba día tras día. ¿Y a qué se debe todo esto? ¿Qué hay detrás de estos temores? Por supuesto, angustia.
Nuestras sociedades están tan enfermas que, junto a las proezas técnicas de todo tipo que nos cambian las reglas en el momento mismo en que las hemos dado por aprendidas, junto a las inestabilidades económicas y políticas que causan las crisis, junto a las guerras y enfrentamientos detrás de las cuales sólo hay ambiciones y egoísmos nacionalistas, engendran cada vez más inseguridad y temor en las grandes masas.
Y la angustia, que es un miedo que no sabe definir su objeto, busca concretarse en estas barbaridades inventadas, y el vacío de las mentes se puebla con extraterrestres, volcanes en erupción, explosiones siderales, terremotos cósmicos y estupideces inauditas.
Y para extremar todo esto, digámoslo honestamente, está también el aburrimiento sin límites en el que vive la mayor parte de la población. El hastío de una vida que no tiene otros horizontes que un poquito de plata para justificar algo mejor la pega, un polvito de vez en cuando por aquí y por allá, una borrachera que disimule un poco la sensación de fracaso y, sobre todo, la redención popular de nuestra época, la salvación misma, el aparato mágico que nos hace vivir imaginariamente en la pantalla todo lo que la vida nos ha negado y que no fuimos capaces de lograr.
Maravillosa farándula, desastres vividos desde la lejanía, “minas” y “minos” ricos que nos despiertan los deseos dormidos, y hasta la tranquilizadora visión del fin de los tiempos, con simulaciones perfectas de la extinción de todo, transmitidas por una excelente emisión a través de Nat Geo.
Concluyo de todo esto que tal vez el fin del mundo no viene desde fuera, lo estamos llevando a cabo nosotros mismos.