Terminaron “Los Ochenta” con éxito de rating, al compás de “El tiempo en las bastillas”, y los créditos aparecían en una pantalla de un televisor también ochentero, dejando honestamente en claro de lo que se trataba.
Alabada legítimamente por una gran mayoría y los medios, sólo televisión, sólo imágenes y emociones casi sin memoria.
Con gusto a teleserie edulcorada, en su cuarta entrega, desgranó el relato de una familia y una sociedad, desgarradas por la historia y la ficción ¿imposible? de su historia, pero digerible ojalá por todos, “en la medida de lo posible”.
Aunque incomparables en sus concepciones, también este año pudimos ver una extraordinaria serie nocturna, “Los Archivos del Cardenal”.
Con un tono seco, duro y crispado, quizás demasiado realista y política, cercana al documental y al cine en su ficción, buceó en el horror y la violencia al compás de la música de Silvio Rodríguez, en la versión de “Los Bunkers”.
Algunos amigos, partícipes y testigos dolorosos de la historia, dijeron, “no pudimos verla”, para no volver a sufrir lo insufrible.
Tal fue el efecto de realidad-confrontación sobre la memoria y el tiempo, lo que generó abundantes molestias políticas y críticas en algunos medios.
Hoy cuando las personas, y la sociedad se revuelcan inquietas y algo furiosas contra su historia, (para cambiar el tiempo y la propia historia), es la memoria la que mira en el presente, desde el pasado al futuro, re- configurando y creando su propio sentido en la cultura.
El tiempo sin memoria no tiene sentido, y la memoria (y la historia), por definición real- imaginarias, porque ya fueron,(aunque en alguna medida sólo son), siempre tienen algo de ficción.
Aunque las dos miradas televisivas a la realidad parecen ser necesarias, yo que viví los 70, los 80 y los 90, prefiero más a Silvio Rodríguez que a Ubiergo, (salvo en “Un café para Platón”).