Pensé que este era el trayecto de un viaje insólito, de todo lo que Shakespeare no hubiera hecho ni dicho – como tituló una vez Charles Bukowski – cuando me enteré que Nicanor Parra había ganado el Premio Cervantes, el más importante de las letras hispanas.
El anti poeta había almorzado años atrás con nosotros (yo y Francisca) en casa de Juan Guillermo Levine y Rosita Lira, con motivo de la edición para bibliófilos de uno de sus libros en la que habíamos intervenido, ocasión en la cual pudimos disfrutar de su erudita conversación, encanto personal y lecturas de sus poesías inéditas de aquella época, muy posteriores a la de sus libros clásicos, muy distintas, con verbo (primero fue el verbo) y voces auténticos de lo chileno, muy diferentes, un verbo emergente y siempre presente desde mi niñez provinciana, de teatro móvil y circo pobre, de matinée de domingo, de rodeo, de partido de fútbol y de voces como denante por reciente, no constituye por no corresponde, pupo por ombligo, o una tacita grande de té por taza de té, se aspiraba a lo grande pero se partía por lo chico.
Un poeta maduro acercándose a la tierra, acercándose a la muerte recitaba, mientras recordaba al oírlo su defensa del árbol, mi niñez en mi Liceo de provincia y las voces de los inspectores por los amplios pasillos y las voces del cochero de la plaza, la de los jardineros y lustrabotas y las de mi maestra de castellano Doña Nelly Martínez de Videla cuando nos invitaba a su casa – en Ovalle – donde alojaba Pablo de Rokha, cuando de paso, nos reuníamos con él, para escucharlo recitar.
Reconocía a la naturaleza como algo más que un simple emblema del alma, podía recordar, mientras Nicanor leía esa tarde, aquello de que Un niño me preguntó: ¿Qué es la hierba?, trayéndola a manos llenas, ¿cómo podría contestarle?… Yo tampoco lo sé.
En sus manos eran innumerables hojas de papel de cuaderno que las traía a manos llenas con sus dibujos y textos manuscritos de antipoemas y nos preguntábamos en silencio con nuestras miradas, ¿qué es esto? Y no nos podíamos, ni nos podemos contestar. Nosotros tampoco lo sabíamos. No sabíamos que eran las hojas del reencuentro.
De entre toda la naturaleza Parra seleccionó la antipoesía como su principal emblema del amor a ella y a la naturaleza humana. La antipoesía era la tarjeta de visita del dios naturaleza humana, su forma de atraer nuestra atención.
No en vano Parra, nacido en San Fabián de Alico en 1914, persistió en ello, a pesar de los pesares, aunque realizara estudios de Física y Mecánica Avanzada en EEUU y en Oxford, aunque fuera un erudito, aunque tradujera a Shakespeare, aunque tomara té en la Casa Blanca o guiara por las calles de Santiago a Ionesco y a tantos otros, o aun cuando hiciera el amor en inglés o en sueco, persistió en lo chileno y en lo latinoamericano, que es por cierto lo universal.
Una voz innovadora y clásica, por cierto, la voz clásica del hombre chileno de nuestra generación.
“Un justo reconocimiento a su enorme genio y talento” el de este premio, como ha reconocido el Presidente de la República, Sebastián Piñera, es amplio Parra y contiene multitudes democráticas en la diversidad.
Quien habla aquí, desde ese lejano almuerzo, desde el lodo, desde el cieno, desde ese lejano liceo de provincia, desde ese río Limarí cercano a Elqui, todo el reconocimiento al enorme genio y talento libertario y democrático de Nicanor Parra, nunca por rey jamás regido, ni a extranjero dominio sometido.