Una pareja está sentada en un restorán. Una mesa con velas. Noche (me refiero a una cena romántica). Tienen sus teléfonos sobre la mesa. Piden la carta, eligen un vino, dicen salud.
Una luz aparece en uno de los teléfonos y él (o ella), revisa su teléfono. Su pareja, para no sentirse menos o de alguna manera víctima de la indiferencia, toma el suyo.
Ambos revisan, mueven sus dedos rápidamente sobre el teclado, le sonríen a alguien que está al otro lado del aparato, se dan cuenta de que decidieron salir a conversar en persona, sonríen, dicen salud, toman vino. Pero dejan las máquinas con la pantalla hacia arriba.
Un publicista está presentando una campaña a un equipo de marketing que incluye a una plana importante de una marca. Oficina de luz tenue, data encendido, macbook pro conectado y listo para empezar la presentación.
Es un momento de cierta manera tenso (nah, la verdad, es absolutamente tenso, es el momento en que se libra la batalla de la seducción no para procrearse sino para simplemente llevar el pan a la casa).En eso, el gerente de marketing a cargo de la marca pide un minuto porque tiene que contestar una llamada importante.
Pero claro, por favor, dice el publicista. En ese momento todos desenfundan sus smartphones y empieza un tiroteo a mansalva sobre sus tecladitos.
Esta escena se puede repetir hasta cinco veces en una reunión de una hora. De manera indiscriminada e incluso validada por todos ya que todos sufren el mismo síndrome.
Intentando nombrar el fenómeno llegué a un término que me parece discreto, sencillo y fácil: fonearse. Estamos foneados. Nos foneamos. No eres tú, soy yo, que estoy foneado.
Con la genial idea Out of the Box de que el teléfono no es sólo un teléfono, hoy la vida pareciera transcurrir al interior de ese aparato multidisciplinario.
Nos baja una sutil angustia al pensar que algo se nos está pasando y eso es lo que ocurre a cada segundo a través de ese nuevo miembro de nuestro cuerpo.
Puede ser twitter, Facebook, o quizás una foto cochinona en instagram, o un chiste bueno en Tumblr, o quizás un mail, el sin duda comodín del foneado terminal que exige comprensión ya que ese correo decidirá el futuro de la especie humana sobre el planeta Tierra o algo así.
El foneado no gobierna su vida, sino que es gobernado por el llamado de las sirenas que habitan en el vasto océano del fono.
El Foneado es el nuevo adicto a una droga invisible que emerge de las antenas con forma de palmeras caribeñas.
El foneado no sólo es de una mala educación medieval, sino que sin lugar a dudas está sufriendo una mutación a nivel cerebral.
Su poder de concentración es cada vez menor y la capacidad de atención que tiene sobre las cosas debe estar en el promedio de los 4,53333 segundos.
Entonces, ¿puede un gerente, un Presidente, una pareja, un asesor, un socio, un otro, tomar las mejores decisiones si tiene la corteza cerebral absolutamente foneada? La respuesta lógica y honesta es No.
Pero no le pongamos tanto mire que a todos nos gusta la cajita con luz y botones, sin botones, con pantalla que se corre (alabado sea Jobs).
Todos seguiremos atrapados por el influjo mágico, por el llamado de los lobos en el bosque, por el sonido del cuerno que emerge con cada lucecita. A todos nos gusta fonearnos.
Pero pongámonos serios y tengamos un margen para lo bien hecho: cuando esté con su pareja tomando vino, concéntrese en intentar que le salte la liebre esa noche y no en un mensaje perdido de twitter.
Y si es gerente, hágalo por su currículum: por andar mirando leseras lo más probable es que deje pasar una genialidad, quedará como un roto y vendrá uno más pillo detrás suyo que cada vez que entre a una reunión dejará el teléfono apagado por la hora que dura y tocará la gloria que Usted no supo tocar por andar paveando.
Y créame: si sigue en la misma, mirando el teléfono todo el rato, no lo llamarán nunca más por teléfono. Por fonearse más de la cuenta.