Hay relatos que fascinan por la historia que nos narran; pero hay otros, que embrujan y atrapan por la perfección de la escritura de quien teje la trama.
José Miguel Varas sabía atraparnos con esa perfección, que jamás era completamente tal, porque se tejía de liviandad y buen humor.
José Miguel contaba que sus relatos nacían siempre de la vida de todos los días, de los detalles que a la vuelta de la esquina se asomaban en su deambular por el mundo.
Su cuento “Conducta de un gato” nació justamente de una tarde que caminando por Ñuñoa, se detuvo a observar como bomberos se afanaba en bajar a un gato de una rama de un árbol, mientras su dueña esperaba con ojos llorosos.
Los días de José Miguel estaban plenos de cotidianeidad, a los que luego sabía dar el ritmo y la trama del relato.
José Miguel sabía de cotidianeidad, sabía de humor, sabía de elegancia y sabía de política, de la buena y la honesta.
Ayer, en su despedida, en esa pequeña y hermosa casa de Lynch Norte, las coronas de flores rojas y blancas nos recordaban su compromiso político y la sencillez de su vida.
Desde una gran foto nos observaba con esa sonrisa que nunca terminaba de anunciarse, y esos ojos grandes y soñadores.
Allí estaba Iris, inconsolable, pero hermosa en su tristeza; a su lado, con sus manos entrecruzadas, la pequeña viuda de Francisco Coloane.
Ayer y hoy, en esa casa de Ñuñoa, despedimos a Porái, andante incansable.
“Callado por la circunstancia, me fui paso a paso al lado de la Rosario. ¡Que se veía bonita de negro, la diabla! ¡Con su velito en la cabeza, la cara bien levantada, sin mirar a ningún lado y sin llorar, iba plantando los piececitos en el suelo, uno delante del otro, firmeza como siempre”.
“Por el camino, cuando ya dejamos atrás el difunto, quise decir algo, un comentario, alguna cosa. La voz me salió rara y sin ánimo. Ella no contestó. Al fin quedamos solos. Por ahí se habían ido desparramando los demás acompañantes, despidiéndose con dos o tres palabras enredadas y la mano en el sombrero.”