Las condiciones materiales de la existencia y la distribución de los bienes suelen ser causas de la protesta social en la historia.
Clases y grupos con sus intereses se movilizan y son capaces de amenazar el orden social vigente. Pero una determinada realidad económica es insuficiente para explicar linealmente la existencia de conflicto social. Movimientos o alzamientos históricos ocurren en periodos de crecimiento y no siempre hay protesta social en situaciones de estancamiento o crisis.
Siempre existe una dimensión subjetiva que provoca que una realidad económica sea procesada de manera más o menos colectiva como negativa y pueda ser la causa de expresiones sociales de descontento.
Si relaciones sociales asimétricas se convierten en conflicto social es porque ha mediado un proceso subjetivo, que contiene aspectos éticos y valóricos, que las ponen en cuestión y se oponen a su continuidad.
Tambien median aspectos de ese orden para que un conflicto potencial y latente se transforme en uno real y manifiesto, es decir, el pasaje a la acción.
Junto a esta dimensión de la distribución de los bienes, los conflictos sociales expresan los deseos y las luchas por el reconocimiento, que rompan situaciones previas, en que existe el desprecio, la humillación y la ignorancia, respecto de grupos determinados.
Entre ambas dimensiones existen intersecciones amplias. Las luchas obreras del siglo XX por mejores condiciones de vida fueron tambien luchas por el reconocimiento de su importancia social, sin lo cual las primeras hubieran carecido de la fortaleza que tuvieron.
Las luchas actuales del movimiento gay son de reconocimiento cultural, pero a la vez, ese reconocimiento tiene implicancia en la vida material, particularmente en la inserción laboral de sus protagonistas. La lucha por la tierra de los grupos étnicos tienen significado económico y de afirmación identitaria.
La mercantilización
El malestar social que cruza al Chile de las manifestaciones actuales se mueve entre ambas dimensiones.
Una de sus bases es el vacío de regulación económica. El desmontaje más o menos radical de un Estado con signos desarrollistas, de bienestar y keynesiano, significó una orientaciòón marcada hacia la acción privada y relaciones económicas gobernadas por el mercado.
Esa nueva cancha acumuló situaciones que aportaron a ese malestar: falta de transparencia de los mercados; condiciones de asimetría de información; diferencias de poder en que ocurren los contratos entre personas y agentes económicos.
Ello se experimenta en las pensiones, en los créditos comerciales, en la relación con los bancos, en las cuentas de servicios, en los medicamentos, en los contratos de trabajo.
La percepción social es que a veces “no se respeta ni la ley de la selva” como dijo alguna vez Nicanor Parra. A la clase tecno-política se la percibe no como contra-poder de las prácticas abusivas sino como agente facilitador o cómplice.
El crédito y el endeudamiento han simbolizado en el último tiempo esta forma de funcionamiento asimétrico de los mercados.
Se alejan de una percepción benigna como la proveniente de haber facilitado el consumo de masas y de bienes durables en los países centrales entre 1945-1975 o como la vía para adquirir casa a través de créditos hipotecarios en muchos países.
En Chile, por el contrario, han ido mostrándose crecientemente como modalidad de extracción de valor a personas y empresas; como pérdida de la libertad de los individuos endeudados; como uso en ámbitos que debiesen estar regidos por otros principios (como la educación); y como campo de sobreganancias inmorales a través de repactaciones unilaterales.
La conflictividad social naciente en el vacío regulatorio está envuelta en otro aspecto más hondo que es la mercantilización excesiva de la economía y la sociedad chilena.
Recordemos que el mercado es una institución antigua de la humanidad, muy anterior al capitalismo y no podemos sino imaginar que seguirá existiendo en una eventual sociedad post-capitalista.
Lo singular es que en la sociedad capitalista moderna adquiere primacía como forma de organización económica y con ello mercantiliza la sociedad, incluyendo la tierra, el trabajo y aun el propio dinero, como nos hace notar K. Polanyi.
El movimiento liberal mercantilizador fue fuerte en el siglo XIX y aquel mismo autor interpreta una serie de movimientos diferentes de los primeros decenios del siglo siguiente -socialdemocratas, socialistas bolcheviques y nacional socialistas- como resistencia a esa utopía mercantilista.
Sin embargo, la historia también nos muestra que el grado de mercantilización en la modernidad ha estado en permanente disputa, no tratándose de un proceso lineal siempre en expansión.
La sociedad a través de la política y la ética ha solido intervenir para regularlo. La idea de derechos económicos sociales a través de la gratuidad total o parcial, las legislaciones laborales, parte de la economía pública, desarrollados durante el siglo XX, son expresiones de ello.
Reproducción de la desigualdad
Dentro de esa historia conflictual la sociedad chilena de los últimos decenios fue una expresión precoz y radical de una renovada fuerza mercantilizadora de las actuales economías y sociedades.
Ello lleva asociado el promover el móvil del lucro como el principal para la acción de los sujetos y prácticas económicas y provisión de servicios. Las instituciones se van creando para que favorezcan conductas competitivas, mercantiles, orientadas a la obtención de ganancia.
Bajo esa realidad, pueden hacerse inteligibles y justificables expresiones sociales antimercantilizadoras de la vida social.
Surgen así “cuasi sujetos sociales”deudores;pensionados; consumidores, subcontratados, apoderados, ambientalistas, que claman por una “otra mirada de las cosas” en los que se combinan demandas de regulación de los mercados con planteamientos decididamente antimercantiles.
Pero el malestar del vacío de regulación y exceso de mercantilización adquiere su peso efectivo cuando para el “ojo social” el resultado de toda esta mecánica de funcionamiento es la reproducción permanente de la desigualdad.
Esto se consolida como sentimiento y rabia colectivos, a pesar de la ganancia que en la sociedad había ido teniendo una ideología meritocrática de que cada uno debía ser recompensado de acuerdo a sus esfuerzos y que se aceptasen grados de diferencia provenientes de esfuerzos diferenciales, aunque matizado por la importancia de asegurar condiciones mínimas de existencia.
Va predominando, finalmente, la visión que se vive en medio de enormes desigualdades con una brecha importante entre esfuerzo, expectativas y realidades; en que se experimenta una movilidad social restringida y oportunidades limitadas; en que se experimentan con fuerza las rigideces de la estructura social y económica y los bloqueos sistémicos para un progreso decidido, sólido y con grados de movilidad vertical..
Ello re-envía hacia la realidad del empleo y trabajo. La denuncia de los grados del endeudamiento en la educación no solo muestran explícitamente el valor inusitado de esas cifras sino, también, implícitamente, la fragil estructura de oportunidades y empleos que se abren para los egresados endeudados, en relación con esas deudas.
Estudios recientes muestran tras los éxitos cuantitativos que oficialmente se publicitan respecto del empleo, que dos de cada tres empleos creados son trabajos “por cuenta propia”, “personal de servicio doméstico” o “familiar no remunerado”, no cubiertos por sistemas de protección.
Así, el 90 por ciento de los nuevos trabajos por cuenta propia se encuentran bajo la modalidad de jornada parcial y los nuevos empleos asalariados son principalmente de tipo parcial, subcontratado y suministrado.
Esto está asociado a la estructura productiva y estructura de empleos que genera la economía chilena, la que constituye un factor clave para entender la restricción de la movilidad vertical y la heterogeneidad de ingresos.
No hay así resolución del problema educacional sin considerar cambios en el estilo de desarrollo.
De manera explícita, aunque desde otro ángulo, ello aparece en el descontento social respecto de los impactos ambientales, centrado en el último tiempo en la cuestión energética.
Allí se expresa una tendencia que apunta a defender la existencia de energías limpias y que se enfrenta a empresas y políticas gubernamentales y adquiere notoriedad mayor cuando contiene la defensa de comunidades territoriales. Pero tambien se expresan en ello tendencias más radicales que ponen en cuestión el propio estilo de desarrollo y las pautas de consumo y modernización, existentes.
Ya no sería solo la cuestión de la distribución de los beneficios del sistema, sino tambien la puesta en cuestión del crecimiento mismo y del bienestar material, ilimitados, como horizonte del desarrollo.
Desde esta mirada que recorre lo que origina, comprende y hace emerger la sacudida presente en el Chile actual, no puede sino concluirse que junto al salto en la presencia de la sociedad en su propia historia, están constituyendose ejes de su demanda y horizonte para el país.