El PSOE nunca tuvo la voluntad política de modificar la ley electoral española, convencido de que el bipartidismo a la larga le beneficiaba. En la dirección Socialista española siempre se calculó que en base a ceder frente a los partidos nacionalistas, vacos, catalanes, gallegos y canarios se aseguraba las necesarias mayorías parlamentarias, pero jamás pensaron en que el mayor riesgo del bipartidismo podía conducir a la pesadilla del monopartidismo, hasta que el 22 de mayo ocurrió y, al parecer, no tienen la menor intención de pensar al respecto.
Las situaciones difíciles ponen a prueba la integridad de los principios, y la crisis del sistema financiero y de la banca, de los especuladores y de esa especie de mafia anónima llamada mercado, hizo que en muy breve tiempo el PSOE abandonara posiciones de clase (la sigla significa Partido Socialista Obrero Español) y simplemente entregara los principios a la voracidad de los directamente responsables de la crisis que afecta, en términos de menores ganancias a los que la generaron, y de manera dramática a los casi cinco millones de desempleados, víctimas directas de la expresión más perversa del capitalismo y que se llama economía de mercado.
El PSOE siempre supo que la base del sistema productivo español y por lo tanto de su economía interna se sustentó durante muchos años en un auge artificial de la construcción, que a su vez generó un gigantesco mercado hipotecario, con ganancias extraordinarias para los bancos.
EL PSOE siempre supo que esta base económica era muy frágil, pues lejos de generar una plusvalía destinada a desarrollar una economía no dependiente de un solo rubro, esta plusvalía –los pisos cada vez eran más caros y los intereses hipotecarios también- no tuvo otro fin que la especulación en los mercados financieros y los beneficiados fueron pocos, muy pocos y muy ricos. El PSOE siempre supo que la mayor parte de la actividad productiva se orientaba a cubrir la demanda de las empresas constructoras. Y si el PSOE no sabía todo esto, entonces ya es tarde para que lo descubran.
El modelo de desarrollo sustentado en la burbuja inmobiliaria ciertamente lo impuso la derecha, pero el PSOE no hizo nada por cambiarlo, lo continuó generando una inercia imparable, sin detenerse a pensar que el cambio de modelo de desarrollo era de máxima prioridad.
Cuando durante los otros gobiernos del PSOE, los de Felipe González, España ingresó a la Comunidad Económica Europea, que más tarde se cohesionaría como Unión Europea, fue uno de los países que más fondos de cohesión recibió, fondos que sacaron a España de la edad de piedra en términos de infraestructuras, las que, para desgracia de los españoles, no se destinaron a la creación de un modelo de desarrollo dinámico, con la mirada puesta en las nuevas tecnologías, en la innovación científica y técnica, sino que se pusieron al servicio de la posibilidad de desarrollo más fácil: construcción y turismo, porque esas dos actividades generaban dinero fácil y rápido.
Ni la derecha ni el PSOE pensaron jamás en la fragilidad de ese modelo de desarrollo.
El primer gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero hizo que muchos creyéramos que , por fin , España apuntaba a un cambio radical, y la base social del gobierno, que acogió con beneplácito los innegables avances en materia de derechos civiles que irritaron a la derecha más radical de Europa (a un Partido Popular cuyo ideario es la defensa a ultranza del poder del mercado más un españolismo de zarzuela y un catolicismo heredero del franquismo) , renovó la confianza en él, y le otorgó un segundo mandato, en el que se debían afrontar los grandes desafíos y materias pendientes de la economía y el desarrollo.
Hace más o menos cuatro años que los accionistas del sistema financiero dejaron de ganar de manera desproporcionada , en ningún caso perdieron, tan sólo dejaron de obtener las ganancias a las que estaban acostumbrados, y exigieron a los organismos vigilantes de sus niveles de ganancia, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, un sacrificio global de los habitantes de todo el planeta, para asegurar sus niveles de lucro.
El 5 % de los propietarios de toda la riqueza mundial exigieron que el 95 % de la humanidad se sacrificara por ellos, y declararon el inicio de una crisis en la economía mundial que dejó a los habitantes del planeta convertidos en víctimas del más burdo de los chantajes: o nos entregan el porcentaje de ganancia que nos falta, o sus países serán ahogados en la miseria.
“La Crisis” es el eufemismo utilizado para definir el chantaje. Los economistas empezaron a referirse a ella como “Exigencias de los mercados” y reclamaron medidas para “tranquilizar a los mercados”.
Algo, alguien, y será materia de los historiadores descubrir quién o qué aconsejó a Rodríguez Zapatero a negar la existencia del chantaje o “crisis”, a sostener que el sistema financiero español era el más sólido del mundo.
Pero sus efectos empezaron a sentirse en España; los bancos a condicionar más las hipotecas, se vendieron menos pisos, los constructores no pudieron pagar a la pequeñas y medianas empresas que se sustentaban de la economía del ladrillo, comenzó la epidemia de despidos y una espiral de incertidumbre que frenó el consumo interno, esa base primordial de las economías que no se basan en la especulación.
Si hay que definir los primeros años del chantaje o crisis sólo se puede hacer de una manera: años de estupefacción de parte del gobierno del PSOE, y de virulencia despiadada de una oposición de derecha que tampoco tenía ni una sola idea acerca de cómo afrontar la situación, pero que encontró en la debacle un capital político a explotar. El lema de la derecha fue: mientras peor para los españoles, mejor para nosotros.
El gobierno del PSOE cedió al chantaje. No pensó que los salarios de los empleados públicos se pueden congelar, luego de un esfuerzo pedagógico en el que se explique su urgencia y carácter transitorio, pero nunca rebajar. Se hizo que los asalariados españoles, asustados por el fantasma del desempleo creciente, se ajustaran el cinturón, y el dinero del sacrificio ciudadano, lejos de emplearlo en la creación de trabajo, se le entregó a los bancos que vieron aumentadas sus ganancias con la generosidad de un gobierno al servicio de los usureros, pero no abrieron créditos para salvar a la pequeña y mediana empresa o para estimular el consumo interno.
El gobierno del PSOE tomó medidas para “tranquilizar a los mercados”, una reforma laboral a gusto de la derecha y los especuladores, recortes en las prestaciones sociales, prestó más atención a los informes realizados por consultorías al servicio del FMI acerca de la fiabilidad de la economía española, que a lo que ocurría en la calle, pero no pensó que intranquilizaba a los ciudadanos hasta el extremo de llevarlos a un rechazo que se manifestó en las urnas de la peor manera: entregándole todo el poder a una derecha que, sin la menor ambigüedad, para solaz de los mercados terminará definitivamente con los derechos garantizados por un Estado de Bienestar condenado a muerte. En todo eso no pensó el PSOE, y ya es tarde para corregir su pereza intelectual.
Y mientras el 22 de mayo la derecha se levantó con la mayor de sus victorias en la joven historia de la democracia española, en la plaza de Sol, en Madrid, y en otras plazas de España, los jóvenes citados por la plataforma 15 de Mayo, que representan la parte pensante de la sociedad, los indignados, mantenían una vigilia aferrados a las peticiones acordadas en asambleas ciudadanas: fin del bipartidismo mediante una reforma de la ley electoral. Que ningún imputado por delitos de corrupción pueda integrar listas de candidatos a cargos públicos. La urgente necesidad de un nuevo modelo de desarrollo que no dependa de la especulación. Nacionalización de los bancos que recibieron ayudas públicas y no han demostrado un uso lícito de ellas. Un modelo energético limpio que no dependa de las centrales nucleares. Que se destinen los fondos estatales entregados a los bancos para estimular la investigación y las innovaciones científicas. Separación drástica entre la iglesia y el Estado. ¡Democracia, ya!
Los jóvenes del movimiento 15M siguen en las plazas porque entienden que el resultado electoral no cambia nada y la única opción de futuro es cambiarlo todo. Ellos sí que piensan.
Y sería deseable que la militancia del PSOE empezara a pensar y refundara el partido, devolviéndolo a sus dignos orígenes de izquierda.