04 may 2011

Pedofilia

La crisis de la Iglesia con relación a la pedofilia es una crisis que nos concierne a todos los católicos bautizados que somos iglesia. Como Iglesia somos un Cuerpo que existe y obra en un cuerpo social.

El Cuerpo de la Iglesia está intentando salir de esta crisis que parece estar siendo saludable para ella y por ende para nosotros los católicos, ya que ha comenzado un proceso de reconocimiento de culpas y de culpables y de perdón a las víctimas.

Pero en tanto que cuerpo social nuestra responsabilidad no está funcionando. Es preciso despertarla. No podemos seguir ciegos creyendo que esta crisis solo concierne a la Iglesia católica , porque en ese caso estaríamos negando una realidad que está entre nosotros , que siempre ha estado sin que hayamos sido capaces de verla y menos de reconocerla, denunciarla y tomar medidas para corregirla.

¿Acaso alguna vez hemos dejado de saber – por las noticias que traen los medios, por las mil formas en que una sociedad se entera de lo que ocurre en su seno – de lo que sucede a diario en el círculo cerrado de las familias? ¿En la oscuridad de nuestras plazas? ¿En recintos destinados a ese uso en las encrucijadas de nuestras ciudades ? ¿Con aquellos que en las sombras lucran con lo intolerable?

Sabemos que la pedofilia pertenece al ámbito de lo intolerable. Es decir a aquello que ninguna sociedad civilizada – y cristiana – debiera permitir. Y no obstante la toleramos. Aceptamos que existe, y nuestra reacción de horror por la suciedad de este hecho anti natura, se limita a expresiones verbales, algunas escritas, obra de quijotes solitarios, y luego borradas y olvidadas en la vorágine de nuestros afanes cotidianos.

Y no obstante se trata de una de las peores formas de atropello a los derechos elementales de la persona humana. Porque es el atropello a inocentes, a débiles, a frágiles, a los que el Estado y la sociedad deben particular protección.

Porque la herida infligida a esos indefensos jamás será redimida, porque ellos llevarán toda su vida, en su relaciones consigo mismos y con los demás la herida secreta y sangrante con que habrán sido marcados en los años más sensibles de su formación como personas. Y lo habrán sido por personas individuales actuando directamente sobre ellos.

Lo que ahora estamos sabiendo nos lleva a pensar que solo estamos viendo la punta de un iceberg. Porque por fin estamos despertando como sociedad a la consideración sobre las víctimas.

Ha llegado el momento de una seria reflexión pública sobre el tema.

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