Desde distintos frentes ciudadanos y sociales se brega por mantener vivo el debate sobre la descentralización. Retener la bandera en alto, como acto político y comunicacional que no dé piso a quienes pretendan arriar la demanda.
La Fundación “Chile Descentralizado… Desarrollado”, sucesora de la Conarede, ha reimpulsado la discusión luego de la presentación de las 70 propuestas que se entregaran a Michelle Bachelet hace más de un año.Nacieron del trabajo de la Comisión Asesora Presidencial para la Descentralización y el Desarrollo Regional que presidieron Esteban Valenzuela y Heinrich von Baer.
Descentralización es una palabra poco cercana, hay que reconocer, y que algunos ligan a tecnocratismo ininteligible y a enmarañados procedimientos del Estado. Que otros asocian a una especie de voluntarismo por avanzar hacia un regionalismo y localismo extremista, limítrofe con ideologismos chovinistas. Y no falta el que habla del egoísmo y la falta de reciprocidad de cualquier territorio que pretenda acceder a los beneficios de pertenecer a una comunidad país, más no a sus costos.
Distintas miradas para un concepto anclado en el propio origen del vivir en sociedad. Ya lo dijéramos hace un par de meses en forma simplificada: “Desde que dos hombres (o mujeres si se quiere) se juntaron y decidieron caminar juntos (en sociedad) y decidir sobre aspectos que a ambos les afectarían, debieron buscar mecanismos para actuar en propiedad. ‘Un día decides tú, al otro yo’, ‘yo soy más fuerte que tú, así es que decido yo’ y ‘veamos caso a caso y sobre la base de quién convence al otro resolvemos’ me imagino fue ese inicial y caricaturizado diálogo. Porque descentralizar, al igual que la discusión sobre los sistemas electorales, la asamblea constituyente y la propia democracia, no es nada más que el debate sobre el ejercicio del poder.Una reflexión clásica que nos ha acompañado desde nuestros inicios como ser social”.
Bien dice la sabiduría popular que el poder no se entrega, sino que se conquista. Y como la discusión sobre la descentralización apunta al poder, preciso es copar todos los espacios con la demanda. Que haga sentido en los ámbitos social, político, ciudadano e institucional.
Hoy hay que pasar al activismo por una causa que no es más que la redistribución del poder. Donde los que viven en el día a día los efectos de las decisiones que otros toman puedan ser protagonistas de estas y no solo clientes, usuarios, beneficiarios (o, si me permiten, perjudiciarios).
Porque ya no basta con quejarse, paso siguiente al de darse cuenta de que algo está mal.Tampoco con reclamar, que no es más que demandar luego de visibilizar el problema.
Tales son acciones necesarias, por cierto, pero que deben confluir en el camino de la transformación. De recuperar el control de lo que nos atañe, de ser protagonistas de nuestro presente y orientadores de nuestro futuro.
Y para todo ello es preciso informarse, participar y ser coherente entre el decir el actuar.Aunque cueste. Aunque sea difícil. Aunque signifique ciertos costos que cada uno sopesará.
Tal es válido no solo para los ciudadanos. También para las comunidades, las organizaciones, las regiones.
La lucha por el poder es un clásico de la humanidad. No terminó con un nuevo sistema electoral, ni lo hará con una nueva Constitución. Tampoco con una Asamblea Constituyente. Pero tal certeza no debe ser argumento para dejar de construir una sociedad más democrática. Es más, debe ser el incentivo para hacerlo.
Porque como dijera alguna vez Galeano recordando al cineasta argentino Fernando Birri, los ideales (utopías, causas, sueños) están allá como el horizonte y su objetivo no es hacernos llegar.
Es, afortunadamente, hacernos avanzar.