A comienzos de noviembre de este año, parlamentarios de la UDI no dieron la mayoría necesaria para que la ciudadanía eligiera directa y democráticamente a los integrantes del consejo regional (Core) el año 2013. Allí se rechazó la iniciativa con 68 votos a favor, 28 en contra y 5 abstenciones.
La negación en bloque de la UDI de apoyar la elección directa de los consejeros regionales, de manera concurrente a las elecciones presidenciales y parlamentarias del próximo año, fue un duro golpe para quienes teníamos la esperanza que la democratización en regiones estaba comenzando a tomar cuerpo.
Pues bien, independientemente de cómo se resuelva en el congreso esta desagradable situación (existe otra propuesta de hacer la reforma a la Ley orgánica constitucional sobre los Cores antes del próximo 20 de julio) deduzco de este hecho a lo menos dos dimensiones que vale la pena analizar
Lo primero que refleja es que la UDI no tiene compromiso real con el perfeccionamiento y la profundización de la democracia a escala regional y local. Al menos su compromiso es contradictorio. Lo digo porque en las elecciones municipales vimos en muchas comunas del país que los candidatos a alcalde de la alianza y en particular los de la UDI, levantaban consignas y discursos pro-participación.
Incluso llegando a plantear que de resultar elegidos, algunos mecanismos como los presupuestos participativos y asambleas barriales, formarían parte de sus acciones gubernamentales. Dadas esas señales y su negación en el parlamento a elegir CORES, deduzco que aquellas promesas eran una tamaña mentira y dejan en evidencia que no les cuesta mucho apropiarse de temas que no les son propios en épocas de campañas electorales, con el único fin de maximizar su ganancia electoral.
Refleja además la profunda distancia que tienen con los temas de profundización democrática a escala regional y local.
Si rechazan medidas como la elección directa de consejeros regionales, ¿qué podemos esperar de discutir en un futuro próximo la posibilidad de elegir Intendentes regionales? No resulta extraño entonces que se nieguen a medidas como los plebiscitos comunales, u otras iniciativas tendientes a abrir espacios de participación a nivel local.
Refleja la profunda desconfianza que sienten los partidos políticos por la elite política regional y el desprecio por quienes habitamos en regiones. En general, esta dimensión la comparten todos los partidos políticos chilenos y no es exclusiva de la UDI.
Revise usted ¿cuántos han sido los regionalistas “serios” que han dirigido la “subsecretaria de Desarrollo Regional y Administrativo” SUBDERE, desde 1990 a la fecha?
¿Por qué en Hacienda tienen que llegar los mejores economistas como ministros, ojalá pasados por Harvard, y a la SUBDERE tienen que llegar políticos con otras características que no necesariamente sea tener conocimientos de descentralización o regionalización?
¿Qué Ministro de regiones ha estado en el gabinete? Y digo de regiones, no que hayan nacido en regiones. El único que recuerdo y se me viene a la memoria, fue el actual rector de la Universidad de Talca que fue ministro de Agricultura.
La tibia reacción de los partidos políticos de la concertación y del gobierno frente a la negación de la UDI, refleja que este tema en realidad tampoco es importante para ellos. No es posible que el silencio y las reacciones aisladas hayan sido el único reparo frente a esta histórica afrenta hacia las regiones. Cuando la Democracia Cristiana inscribió mal las candidaturas para las elecciones parlamentarias de diciembre de 2001, el Gobierno presentó urgentemente un proyecto de ley que pospuso los comicios para el 16 de diciembre y en el parlamento se aprobó dicha iniciativa en tiempo récord. Esto demuestra que cuando se quiere, se puede.
Con estas actitudes de los partidos políticos, se confirma que los que habitamos en regiones, somos considerados criollos con olor a ignorancia, considerados un peligro para la integración y unidad nacional, que no tenemos capacidad de incidir sobre nuestro futuro regional y con una mirada sesgada que no “privilegia el interés nacional”.
También somos vistos, -criollos y regiones- como un botín electoral. Ceder la soberanía de la elección de consejeros regionales a los ciudadanos, implica un serio riesgo a los intereses “del centro”, ya que entre otras cosas se puede perder el control sobre estos importantes actores políticos.
Chile tiene arraigado en sus raíces históricas una cultura política centralista, sus principales instituciones políticas cargan con esa marca antidemocrática y sesgada sobre el rol que cumplen regiones y provincias en el fortalecimiento democrático del país. Esto último no significa que el “supuesto camino al desarrollo” de Chile, deba ser a costa de la concentración del poder en unos pocos y en el centro político del país.