A lo largo de nuestras vidas hemos vivido o enfrentaremos situaciones profundamente dolorosas.
Es parte de la vida, y mientras más nos vinculemos con las personas, más expuestos estaremos a estas situaciones.
No es necesario ser poeta para descubrir que el amar tiene el gran riesgo del sufrimiento, pero tal vez sí sea necesario ser poeta, para afirmar que más vale tener penas de amor que no tener a quienes amar.
Mientras vivimos estos dolores profundos, remecedores y que tienen la capacidad de transformar nuestra forma de mirar, escuchar y vivir la vida, solemos encontrarnos con muchas personas que están viviendo situaciones similares, con quienes nos entendemos inmediatamente, estableciéndose una relación que no necesita presentaciones formales, que pasa por alto cualquier tipo de diferencia (ideológica, religiosa, política y social entre otras).
El dolor vivido protagónicamente, nos une. Hacemos causa común para superarlo, nos apoyamos unos a otros, los que están sufriendo un poco más se dejan acompañar por quienes están sufriendo algo menos.
Como país nos pasa lo mismo.
Desde el viernes en la tarde estamos todos estremecidos, sorprendidos y adoloridos por el accidente aéreo sucedido en el archipiélago Juan Fernández.
Inmediatamente cambiamos nuestra forma de relacionarnos, surgen llamados de todas partes para quienes tiene Fe, recen, para los que puedan enviar energías positivas, lo hagan.
Surge el deseo de manifestarse a través de la publicación de un mensaje en las redes sociales, de ir a dejar una flor o una vela a la salida de un canal de televisión, tocar un impotente bocinazo en señal de apoyo a alguien indefino, y así.
De repente la tolerancia activa echa por tierra la descalificación, el desprendimiento le gana al egoísmo, la solidaridad al individualismo.
La esperada reunión entre el Presidente de la República, su equipo y los representantes del llamado movimiento estudiantil ciertamente se enmarcó en este sentimiento de dolor que une, ayudando a modificar positivamente los estados de ánimo para provocar el diálogo.
Si fuésemos capaces de mirar nuestro país desde quienes viven en condición de exclusión, esforzándonos por acercarnos siquiera a vivir parte de sus dolores, estoy convencido encontraríamos una pista para construir otro Chile, uno más justo, alegre y democrático.