Las personas homosexuales, hombres y mujeres, reclaman bajo un cielo de invierno frío y contaminado, sus derechos al matrimonio para constituir una familia.
Las parejas, sin importar sus características, también reclaman sus derechos institucionales como los que aún tiene, sólo el matrimonio.
Y los políticos y líderes de opinión los vociferan y los proclaman, y la opinión pública se encuesta para escrutar “la opinión” de la mayoría, y la Iglesia reclama legítimamente.
¡El matrimonio se subasta al mejor postor! (o al más popular).
¿Pero de qué matrimonio hablamos?
¿Sólo un simulacro? ¿Un matrimonio “líquido”?
Ya Marx, y después Berman, advertían que “todo lo sólido se disuelve en el aire”. El matrimonio también.
Si todo es matrimonio, nada es matrimonio.
Además, parece que según lo expresado por Tony Judt, es cierto que cuando las palabras pierden su integridad, también lo hacen las ideas que la expresan.
Pues bien, evitando lo anterior, el filósofo y escritor Alain Badiou, en su magnífico y actual libro, “Elogio del Amor”, nos recuerda citando a Kierkegaard, que el amor en el nivel ético ,enlaza un compromiso eterno, dirigido hacia lo absoluto, y que sólo es llevado al nivel supremo,( el religioso),al ser sancionado por el matrimonio.
El matrimonio, en su trascendencia existencial, no sería sólo la consolidación de un vínculo social, sino lo que lleva al amor a su destino esencial, es decir,dirigir al yo, a “un acceso a lo sobre-humano…en un encuentro con su origen divino”.
Para Badiou, el amor es la construcción de un mundo nuevo, que se origina siempre, a partir de la diferencia. Si dos personas que se aman abrazados contemplan una puesta de sol, la “misma puesta de sol”, y los dos sienten en la realidad la misma experiencia, se da entonces “la paradoja de una diferencia idéntica”, hecho fundamental de la incorporación de los dos, al “sujeto de amor que observa el panorama del mundo a través del prisma de nuestra diferencia, de forma que este mundo se abre, nace, en el lugar del otro que llena mi mirada personal”.
Es este amor, “ángel guardián de los cuerpos”, el único que re-quiere la totalidad del cuerpo del otro, en el deseo y el acto sexual.
Levinas extrema la propuesta de la diferencia anterior, ya ontológica, al plantear que en este encuentro se funda la “alteridad trascendente”, al representar la experiencia primaria y radical del encuentro con la diferencia absoluta, la de un hombre con una mujer.
Al ser así, este encuentro amoroso, que me permite abandonar la cárcel de la identidad material, es fundamental y originariamente ético.
Nos advierte que “el sexo no es una diferencia específica entre otras. Está al margen de la división lógica entre géneros y especies…La diferencia sexual es una estructura formal…que troquela la realidad de otro modo y condiciona la realidad misma como multiplicidad en la unidad del ser”.
¿Y cuál sería finalmente el estatuto del matrimonio que nace en estos planteamientos?
Ser el guardián en el compromiso y la promesa de la fidelidad, del viaje amoroso en la sexualidad trascendente, de un hombre y una mujer, (identidad, en la diferencia más radical), en un viaje creador permanente hacia lo absoluto, la verdad y el misterio maravilloso de la (pro)- creación.
El matrimonio, es el guardián humano (y sagrado), de la encarnación de la eternidad, en su viaje por el tiempo, y la existencia.