La renuncia de Bernabé Santelices de la presidencia del CONICYT, luego de solo dos meses en el cargo y sumando un tercer presidente renunciado en tan solo 2 años, no ha dejado indiferente a nadie.
Sin embargo, aunque la situación es crítica, parece que las fuertes voces de científicos reclamando prioridad para su sector, que han incluido protestas de toda la comunidad científica, no han bastado para que nuestros gobiernos le den prioridad necesaria, lo que queramos o no, nos aleja de la economía del conocimiento.
Datos de 2014, indican que, en Chile, la inversión en Ciencia y Tecnología es sólo un 0,34% del PIB, muy por debajo del 2,31% del PIB que destinan en promedio susotros miembros de la OCDE.
Pese a esta falta de financiamiento, nuestros investigadores no han dejado de dar muestras de la gran calidad con que realizan sus investigaciones, lo que se constata en las 0,56 citaciones por publicación del ranking de SCImago de 2014, donde estamos por encima depaíses como China, Rusia, India y Brasil, promediando, con sólo 1/6 del gasto, lo que logran países OCDE.
Por otro lado, la masa crítica de investigadores en nuestro país todavía es muy baja, alcanzando tan solo 0,8 investigadores por cada 1000 trabajadores, muy lejos de los 7,7 investigadores por cada 1000 trabajadores que tienen, en promedio, los países de la OCDE, según constata el reciente informe de IdeaPaís “Basta de elegir la ignorancia”
Por parte de las empresas el panorama no se ve mejor. Incluso con beneficios tributarios que permiten descontar como gasto un 35% de la inversión en el área, entre 2008 y 2011, sólo 60 empresas aprovecharon este beneficio, cifra bajísima en comparación con el volumen del sector productivo del país.
A este hecho se suma que, según una encuesta realizada por el ministerio de Economía, sólo el 18,8% de las empresas realiza innovación tecnológica, hecho que a su vez, repercute en que existan escasas fuentes de trabajo para personas altamente calificadas.
No cabe duda que dicho problema genera una permanente “fuga de cerebros” que terminan aplicando sus conocimientos en otros países, con resultados que, en la gran mayoría de las veces, no logran ser aprovechados en nuestro país, ni en las empresas ni en las universidades.
Sin duda este es un tema que requiere de una visión de Estado de largo plazo, por lo extenso de los procesos de investigación en la ciencia y tecnología, urge una institucionalidad que logre ir más allá de los gobiernos de turno, para que se genere un conocimiento aplicado que permita que las empresas logren mejorar sus procesos productivos, disminuir su impacto en el medio ambiente, aumentar su competitividad y lograr cultivar resultados que permitan un desarrollo humano más integral y sostenible en el tiempo.
Dos comisiones asesoras convocadas en los últimos gobiernos no han sido suficientes para darle prioridad política a un tema que incide en múltiples áreas de nuestra economía. Si no queremos renunciar a la economía del conocimiento, un nuevo Servicio Nacional con rango ministerial no puede esperar más.