Mi familia tiene muchos integrantes, cada uno más loco que otro, pero hay algo, un detalle que creo que hace que seamos un poco especiales en Chile, pero parte de la tendencia mundial: mi hermana menor de 9 años tiene un smartphone.
Retrocedamos algo más de una década. Tenía 13 años y me creía “la muerte” porque tenía un Motorola, sí, un celular. Era simplemente espectacular o “bacanoso” como aún suelo decir. Los años, entre conversaciones, me hizo sentir más “geek” de lo habitual (sí, el estereotipo del niño con anteojos y nada de popular en colegio), porque aparentemente fui parte de una grupo de jóvenes que sí tuvo acceso a tecnología mucho antes que la mayoría y eso hizo que hoy, sin buscarlo (demasiado), sea una adulta que se dedica a vivir de los cambios tecnológicos y la contingencia ligada a ese mercado.
Pero queridos lectores, tenía 13, estaba iniciando mi camino hacia la adolescencia y tenía claro qué estaba mal o bien, y el valor de las consecuencia de las decisiones, pero mi hermana tiene 9 y no se imaginan el miedo que sentí al ver que ella desde el 2012, tiene acceso a un teléfono “inteligente” con tan pocos años encima.
El escenario es complicado. Entre las humoradas de “los niños de hoy son diferentes” y “si tú hubieses nacido en esta generación tendrías un iPhone y sería la misma historia” creo que mucho no podía hacer, sumado a que no vivo con ella. ¿Alguna salida? ¿Están conscientes mi papás y cualquier papá del mundo qué pasa al momento de estar todo el día conectado?
Desde mis preguntas simplonas hasta las más complejas y temidas se pueden enunciar, pero la verdad es que no hay vuelta atrás, la tecnología no discrimina la edad, tu corazón o tu inocencia.
La precauciones más habituales, además de escuchar los consejos de Fernando González (deben conocer el comercial, ¿verdad?) es que los adultos responsables o cercanos tengan acceso a sus claves, porque claro, los niños no tiene sólo un smartphone para jugar, también tiene una cuenta en Facebook, descargaron Whatsapp y tiene una cuenta inactiva en Instagram.
¿Pero eso es suficiente? En Estados Unidos un adulto prefirió entregar un iPhone junto a reglas de uso. “Querido Gregory: ¡Feliz Navidad! Ahora eres el orgulloso dueño de un iPhone. ¡Qué bueno!, ¿no? Te lo mereces porque eres un bueno y responsable niño de 13 años, que se merece este regalo. Pero aceptar este presente viene con reglas y regulaciones. Por favor, lee el siguiente contrato. Espero que entiendas que es mi trabajo criarte de buena manera, como un joven saludable que pueda funcionar en el mundo y coexistir con la tecnología y no ser dominado por ella…”, como pueden leer, ya es una carta bastante directa y por sobre cualquier realidad, un ejemplo de guía en este nuevo diseño de educar a los más pequeños de la casa.
Pero la madre de Gregory fue mucho más directa. “Te amo locamente y espero que compartamos un millón de mensajes de texto en los próximos días” compartió espacio con “siempre conoceré la contraseña”, “entrégale el teléfono a tus padres desde las 7:30 pm cada día de colegio y cada noche a las 9:00 pm” y el clásico incentivo de que se debe salir a jugar a la calle. ¿Sobrevivirá Gregory? Apuesto a que sí.
Claramente no hay receta para guiar por el buen camino del uso de los teléfonos inteligentes a los menores de edad, pero apuesto todas mis fichas a un primer filtro: no le entregues a alguien que depende de ti algo que no conoces.
Es decir, si tú, padre o madre, no saben qué se puede hacer con un smartphone y qué implica esa responsabilidad (no se asuste no debe ser psicólogo o especialista en tecnología de consumo) no lo haga, no compre lo que no está en su poder, aunque la cara de su inocente heredero demuestre que necesita ese teléfono de 4 pulgadas con memoria ampliable y una cámara frontal decente.