Cuando un hijo pide algo siempre hay que escuchar su petición y sus argumentos. Pero no siempre hay que darle lo que pide. Y si quiere seguir tratando de convencernos, volver a escucharlo. Pero tampoco necesariamente darle lo que pide.
Y si hace una pataleta, acogerlo pero no cambiar la decisión tomada. Aunque les cueste entender, somos los papás los que tomamos las decisiones finales.
Así se “gobiernan” las familias. En los países los ciudadanos elegimos a quienes tendrán ese rol, el Gobierno y el Congreso, quienes representan a lo que quiere la mayoría de los chilenos. Pero cuando veo cómo estas últimas semanas se ha dado el conflicto universitario, lo que me dan ganas es volver a poner a cada actor en su lugar.
Ni los movimientos estudiantiles ni el Colegio de Profesores son los llamados a diseñar la futura política educacional chilena. Después de los ingeniosos “Thriller educacional”, documentos varios, heridos y millonarios destrozos, el punto ya está hecho.
El Gobierno y el Congreso pueden tomar algunas de estas demandas y descartar otras.
Pero desgraciadamente no ha sido así. Se les hacen propuestas a estos movimientos desde La Moneda y hemos pasado toda la semana esperando a que los “actores sociales”, como se autodenominan, nos den su respuesta.
¿Respuesta a qué? No son ellos los llamados a decidir las políticas públicas. No tienen la formación para hacerlo ni tampoco el derecho porque los chilenos votamos para elegir a quienes nos representan al momento de discutir cómo se maneja el país.
Estamos, como padres sobrepasados con sus hijos, dejando que las peticiones se transformen en órdenes, confundiendo el escuchar con el aceptar.
Y el problema es que cuando se pone de interlocutor no a los parlamentarios, sino que a grupos dispersos, que no tienen que rendir cuentas políticas a nadie, se abre la puerta a que otros movimientos sientan que pueden imponer sus agendas.
No se trata de reprimir la libertad de expresión, ni el derecho a reunión ni ninguna de las banderas que han usado cuando se les insinúa que es el momento de volver a clases.
Si quieren seguir manifestándose, que lo hagan, pero no los transformemos en negociadores de una reforma educacional porque no les corresponde.