De vuelta en Chile (he andado de viaje), uno se encuentra con un país exasperado, crispado, en el que por muchos lados surgen conflictos en los que no se ve de dónde podría venir la solución.
Cada cual tira para su lado y es sordo frente a las posturas del otro. El tema de la educación es quizás lo más significativo en este sentido.
Los políticos dan bote, el gobierno no sabe muy bien lo que tiene que hacer, de la sociedad surgen todo tipo de propuestas, algunas sensatas, otras que parecieran exageradas: estas van desde reformular el sistema de educación pública, hasta llamar a una Asamblea Constituyente.
Da la impresión de un barco a la deriva, en el que lo más positivo parece ser el despertar de la sociedad civil, que ante el avasallamiento de sus derechos, ahora comienza a mostrar los dientes.
Así como espontáneamente la gente ha salido a las calles a protestar por la falta de una responsabilidad pública en el dominio educacional, ahora muestra su indignación ante el retardo de las medidas de reconstrucción en el sur, ante la falta de solución del problema indígena o ante el incumplimiento del servicio de los buses del Transantiago, que pasan cuando les conviene, desconociendo sus obligaciones con los usuarios.
Pareciera que por fin “la gente” – como se la definió en algún momento en que abundaban los eufemismos – ha despertado de su letargo y no quiere más engañiflas ni evasiones politiqueras.
¿Qué podría ser mejor que esto?
Nada, por cierto, porque no hay nada mejor que un pueblo consciente de sus derechos y dispuesto a hacerlos respetar con fuerza y decisión.
Lo preocupante es que todo esto se da en este clima de exasperación en el que nadie se escucha. Lo más significativo en este aspecto es lo que pasa en el mundo de los políticos. De un lado y de otro solo hay muestras de desconcierto.
Ninguno de los movimientos ciudadanos que están generando los hechos verdaderamente interesantes hoy día es liderado por las fuerzas políticas. Estas van a la zaga, ofreciendo soluciones tardíamente, cuando los verdaderos protagonistas de estas luchas ya han avanzado propuestas concretas que los interpretan sin desviaciones causadas por intereses de poder ajenos a sus conflictos.
Lo que significa que en este momento en Chile se vive una peligrosa situación, en la cual los que debieran liderar los cambios, para que estos se institucionalicen y se asienten en la sociedad, andan despistados y enfrentándose en rencillas inútiles que no interesan a nadie fuera de ellos mismos.
La democracia requiere de un buen funcionamiento de los partidos, pero especialmente de una sólida representatividad de estos, cosa que en la actualidad han perdido. Y lo más preocupante es que los políticos chilenos no parecen darse cuenta del gran vacío que se ha abierto entre ellos y sus votantes.
Digámoslo honestamente, ya no solo somos espectadores de “piñericosas”.
A estas se han agregado las “politicosas”, de las cuales la última ha sido la inasistencia de los líderes de la Concertación a la Moneda. Pero no es todo, por el lado de las fuerzas de Gobierno, nunca falta la barbaridad expresada con toda soltura por Carlos Larraín o por algún otro anacrónico personaje, o la afirmación sorprendente de Longueira, cuya aspiración presidencial no parece ser nada “corteira”.
Por el lado de la oposición, tampoco faltan los sarcasmos de Osvaldo Andrade, que compite en decir pesadeces como su antecesor, o los imposibles alegatos de Ignacio Walker siempre intentando ordenar un naipe que hace rato se desbarajustó.
Es un asunto sin pies ni cabeza y uno ya no sabe por donde empezar para encontrarle un sentido. Pareciera que en Chile solo hay fuerzas dislocadas, por ningún lado aparece lo que une, el “relato” o la misión del país, para parangonear lo que se decía hace algunas semanas del gobierno.
Piñera alcanza cifras record de desaprobación y sus Ministros se contradicen públicamente unos con otros sobre problemas en los que deberían estar de acuerdo.
¿Hacia dónde va todo esto? Ojalá tuviéramos una respuesta.
Restablecer las confianzas una vez que se han perdido es cosa extremadamente difícil.
Seguramente en las próximas elecciones habrá muchas sorpresas. El peligro supremo es que en este río revuelto, aparezcan los nunca bienvenidos pescadores profetas del populismo, que con tres o cuatro consignas bien presentadas se transformen en los “salvadores” de la crisis, discursos y personajes que siempre en la historia han conducido a los pueblos hacia el desastre.
¿Saldremos ilesos de este berenjenal? Respuesta en el próximo capítulo.