El día en que cayeron las torres gemelas yo tenía 16 años y estaba en segundo medio. Recuerdo que mi clase se encontraba en esos momentos de felicidad y sorpresa ante el atraso del maestro. En medio de la espera escuché el rumor de que las torres gemelas habían sido bombardeadas y que una de ellas ya había colapsado. Con una sensación de incredulidad me acerqué a la sala de profesores, donde una gran cantidad de funcionarios se había aglomerado alrededor de uno de los carros utilizados para transportar los televisores a las salas para su uso audiovisual. La imagen que captaba la atención de cada uno de los presentes era de la toma de una de las torres ardiendo, la primera de ellas ya no estaba. Las caras que observe reflejaban pena, mas no recuerdo odio.
Luego de los hechos en otro trágico 11 de septiembre, George Bush iniciaría una fatídica lucha en post de proteger la libertad y la democracia que se sumergía con rapidez bajo las sombras del terrorismo. La política del odio inaugurada de la mano de una potente estrategia comunicacional iniciaría una escalada bélica que gran parte del mundo esperaba ver nunca más después de la Segunda Guerra Mundial. El llamado que hizo Bush durante los días siguientes a los ataques a las torres da el tono en el que en el futuro se han continuado manejando las relaciones internacionales, sobre todo las relacionadas con países “peligrosos”. El acto de haber hecho hacer un llamado mundial para separarnos en un ellos y nosotros no hizo más que acrecentar la violencia a nivel mundial, traspasando las fronteras del conflicto entre EE.UU. y Bin Laden. A la fecha los grandes conflictos mundiales se resuelven al estilo americano, con guerra y fuerza. El uso del miedo como herramienta paralizadora entrego todo el poder que Bush necesitaba para hacer y deshacer, y es así como el mundo si dirige en la actualidad.
La política del odio y la del temor se ha ramificado de forma virulenta, y la comunidad internacional toma palco y observa impávidamente como prolifera. Es probable que su opacidad al momento de proteger la paz tenga mucho que ver que ella misma es cómplice del estado de arte. Si usted hace el ejercicio de entrar a cualquiera de los sitios que entregan noticias a nivel mundial, y entra en la sección internacional se desayunará el siguiente panorama. Además de la muerte de Bin Laden y los inaceptables detalles de su muerte, la violencia y cantidad de muertes no hacen más que acrecentarse en Libia y Siria.
Nuevos actos terroristas ocurren a diario en Israel, pareciendo imposible que alguna vez ambas naciones puedan llegar al algún tipo de acuerdo mínimo que asegure la tranquilidad y la paz a sus ciudadanos. En Yemen se teme por nuevos baños de sangre producto de las señales inequívocas de la voluntad de Saleh de mantenerse en el poder.
Más al oriente, la potencia Tailandia bombardea territorio Camboyano disputando tres templos budistas que han sido declarados Monumentos de la Humanidad por parte de UNESCO. Por último, y de vuelta en la tierra de la libertad, Wikileaks desclasifica numerosos archivos que revelan la forma en que sistemáticamente se han, y se siguen vulnerando, los derechos humanos de cientos en las cárceles de Guantánamo. Además de estos escenarios la ocupación China del Tíbet continúa sin que ningún actor internacional se pronuncie en su contra.
Solo hace unos días tuve la oportunidad de conversar con dos jóvenes israelitas que comenzaban un viaje de desintoxicación luego de pasar por el servicio militar (este viaje dura un año y lo hacen de manera obligatoria y financiada por el estado, todos quienes terminan el servicio militar).
Luego de introducirme en algunos de los aspectos más técnicos de la forma en que este servicio militar se realiza mi respuesta no pude ser otra que, con todo respeto, expresarles mi sensación de que todo lo que me contaban era una locura.
¿Cómo es posible que un país logre sobreponerse a un periodo tan largo de violencia y guerra, y de finalmente optar por el camino del dialogo, el respeto y el entendimiento, si las nuevas generaciones continúan por la misma senda de quienes hoy dirigen la guerra? Lo más triste de esta realidad es que las nuevas generaciones son penetradas día a día por las imágenes de la guerra y la violencia mundial, la que no hace más que fraguar fuertes estereotipos que hacen inviables futuros acercamientos entre quienes hoy se han jurado batalla.
Es evidente que si un gringo ve durante toda su juventud como llegan los ataúdes de los mártires de la guerra de oriente medio, y a los presidentes satanizando países y religiones, todos quienes crezcan en este contexto pensaran exactamente de la manera como los poderosos lo esperan. Lo mismo ocurre al otro lado del mundo, donde cadenas televisivas árabes exponen con violencia todos los males de los norteamericanos.
Esta formación encauzada bajo las fauces de la política del odio no puede encontrar mejor retrato que el de las espontáneas celebraciones suscitadas a partir de la muerte de Bin Laden.
Hace 10 años todos vieron con horror como ciudadanos palestinos -eran niños- hacían vítores ante la noticia de la caída de las torres gemelas. Hoy, y al mismo tiempo en que Barack Obama anunciaba que por fin, – esta noche se ha hecho justicia, regresamos a la misma imagen, solo que esta vez son ciudadanos norteamericanos, y en número de miles, los que celebran la muerte de Osama Bin Laden. Esta imagen no es más que la prueba del fracaso de la política del odio, instaurado como regla natural en el orden del mundo moderno.
Esta vez no fueron los niños poco educados y cargados de odio los que celebraban, eran los educados, los civilizados, aquellos que tienen las llaves de futuro.