Seguramente usted no sospechaba, cuando escribió su libro “La revolución silenciosa”, que llegaría ser ministro de Planificación. Por entonces, la llamada Oficina de Planificación, Odeplan -de la que fue asesor- operaba como el think tank neoliberal del gobierno militar en donde se fundamentaron y gestaron las reformas privatizadoras de la previsión, la salud y la educación.
Pero este Mideplan ya no es el mismo que usted conoció. El actual, surgido con el proceso de recuperación de la democracia y con los avances de las dos última décadas, dejó de entender a los pobres como un fenómeno residual objeto de asistencia, para constituirlos como sujetos de dignidad y derechos sociales en una sociedad marcada por la desigualdad.
Las consideraciones anteriores me llevaron a ojear de nuevo su libro. Cuando lo publicó en 1987, nos provocó un profundo rechazo a los que trabajábamos con la pobreza, mientras usted escribía sobre ella. Al releerlo mi enojo desapareció, porque esa realidad es parte de un pasado que, afortunadamente, no es factible recrear.
No estoy enojada, pero sí avergonzada de que ese texto sea parte de sus antecedentes como el nuevo ministro de Mideplan.
Su visión de sociedad deseable expresada en el libro, se sintetiza con la afirmación de que la revolución silenciosa del régimen militar estaba dando origen a una sociedad de opciones.
Tal como usted describía en su texto, el chileno podía optar desde su yogurt hasta su sistema de jubilación. En sus palabras, en esencia la revolución silenciosa contribuía a hacer más libres a los individuos ante múltiples alternativas ofertadas en el mercado.
Ni decir, que tal concepción de libertad se escribía mientras en el país se amordazaba a la prensa libre, los partidos estaban proscritos, había libros vetados, películas censuradas y pensar distinto, expresarse y manifestarse en las calles constituían delito.
Ni decir, que su sociedad de opciones hablaba sólo de la mitad de la población, pues la restante estaba bajo la línea de pobreza, imposibilitada de ejercer su pregonada libertad de opción en el mercado.
Desde esa concepción de sociedad de opciones que usted defendía como una apuesta deseable, no sin dificultades hemos avanzado hacia concepciones más humanistas, en que el centro de las propuestas de sociedad pasa por las personas.
Y entre estas nuevas concepciones están, por una parte, la de avanzar hacia una sociedad de oportunidades -como aparece en los discursos del presidente Piñera- o, por otra parte como propone más radicalmente la centroizquierda, avanzar hacia una sociedad de garantías: no sólo abrir oportunidades, sino asegurar ciertos resultados, garantizando derechos esenciales a toda la sociedad. En suma, universalizando los derechos sociales.
Y los ausentes de su libro son, precisamente, los derechos. Mire qué curioso, ministro Lavín, han sido los reclamos por la igualdad de derechos de estudiantes y ciudadanos en general, los que forzaron su aterrizaje en Mideplan.
De su proyecto de sociedad expuesto en el libro se desprenden algunas otras visiones que también plasmó por escrito y que, al releerlas, provocan escalofríos cuando se sabe que ahora es el ministro de esta cartera social. Sus visiones de la pobreza, la infancia, la vejez y la familia son enteramente opuestas de las que deben orientarse desde el ministerio bajo su responsabilidad.
A modo de pincelada y después de elogiar profusamente el boom exportador en la agricultura, hay un párrafo en su libro en que, sin pudor alguno, menciona que en la recolección “trabajan desde niños de cinco años hasta abuelos de setenta“.
Desde esos años a la fecha, civilizadamente hemos suscrito convenios internacionales y legislado para erradicar el trabajo infantil, así como para generar pensiones más dignas que permitan liberar del trabajo pesado a los adultos mayores, especialmente en las zonas rurales.
Como ve usted, ministro Lavín, el trabajo infantil no es legalmente admisible y, menos aún, a la temprana edad de cinco años. Eso constituye un atentado al más elemental de los derechos esenciales de la temprana infancia.
Además, como seguramente lo sabe después de su paso por el ministerio de Educación, el Estado debe garantizar 14 años de enseñanza, es decir, desde el pre kínder (4 años) hasta el término de la educación media.
Se lo comento, ministro, porque es lo legal, aunque sabemos que ese no es su fuerte.
Después de todo, aunque legalmente prohibido lucrar con la educación superior, nos hemos enterado que usted lucró de ella hasta ingresar al gobierno.
Siguiendo con los ejemplos, tomemos otro memorable párrafo de su libro que, textualmente, paso a citar… “comparado con los de la Pincoya, un niño del barrio alto es una guagua a la que sus padres o empleadas cuidan, visten, le dan alimentación y le organizan o compran juegos. Un niño de 6 años de la Pincoya, en cambio, en la mayoría de los casos debe buscar la fórmula para procurarse su propio alimento, además de vestirse solo y resolver sus problemas diarios. Esto los hace varias veces más creativos“.
Qué tremendo que el ministro que ahora declara como meta la erradicación de la extrema pobreza, por entonces destacaba las virtudes de ella.
Le cuento que, a inicios de los noventa, una de las primeras medidas del primer gobierno democrático fue suscribir la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia de ONU. A lo que se agrega una iniciativa legalmente adscrita en MIDEPLAN desde el gobierno anterior, el sistema de protección de la infancia Chile Crece Contigo, precisamente para terminar con las condiciones adversas que afectan a niños y niñas del país.
Y ello es el fruto de una concepción de derechos que privilegia el desarrollo cognitivo y emocional de todos los niños, gracias a que se les garantiza por ley protección y cuidado.
Esa es la verdadera fuente de la creatividad, no el rigor, el castigo o la adversidad impuesta por una sociedad excluyente, como usted destacaba en su libro.
Y para terminar este breve recorrido de sus ideas antes de ser ministro de Mideplan, retomemos una insólita referencia a su concepción de cómo vivir en familia.
Textualmente escribe…”Especialmente en las tardes y a toda hora los fines de semana, la familia entera, con el matrimonio y los hijos, va de paseo al supermercado. Es probable que a la entrada del establecimiento una banda de músicos entretenga a los niños…”
Tal vez este párrafo final que cito es el más descarnado ejemplo del rol totalizante que usted -por esas fechas editor económico y de informaciones del Mercurio- le asignaba al mercado. No solamente como el mejor, si no único, asignador de recursos, sino además como espacio privilegiado para las relaciones familiares y desarrollo infantil.
Cuántas contradicciones para quien, en su reciente calidad de ministro social, deberá defender en el parlamento el nuevo proyecto de ministerio de Desarrollo Social, que le entrega al vilipendiado Estado -vaya paradoja- responsabilidades sociales ineludibles e indelegables.