Son muchas las columnas de opinión que intentan explicar la variedad de protestas ciudadanas que han movilizado a cientos de miles de personas en las calles de las más importantes ciudades del país.
Algunas interpretaciones apelan a los elementos subjetivos de las movilizaciones (indignación, malestar, frustraciones) y, otras, a los hechos objetivos que las fundamentan (inseguridades, desigualdades, discriminaciones).
Pero falta preguntarse quiénes son los que marchan por las calles en causas tan distintas como la diversidad sexual, la calidad educacional o el medio ambiente, quienes los que se toman establecimientos educacionales, protestan delante de las tiendas de La Polar, se enojan con los funcionarios de salud y con el transporte, por mencionar algunas de las tantas manifestaciones de estos tiempos.
Porque si llegamos a saber quiénes son, tal vez se entienda qué expresan sus demandas y cuáles las respuestas que se deben proporcionar.
Para aportar en esa dirección siquiera como información preliminar, analicemos algunos datos disponibles en la última encuesta de caracterización socioeconómica del país, la CASEN 2009. Allí encontraremos la evidencia de una sociedad chilena con una inmensa mayoría que vive condiciones de gran fragilidad.
Una primera información a destacar, es que dos terceras partes de la población -11 millones de personas- vive en hogares cuyo ingreso es inferior al ingreso promedio del país, que de por sí es bajo.
Y entre estos 11 millones de chilenos y chilenas, los menos son los pobres: 2 millones y medio de personas. El resto, una mayoría de 8 millones y medio de ciudadanos integran los nuevos sectores medios emergentes, sectores no pobres vulnerables, cuyas vulnerabilidades se explican en los bajos ingresos de sus hogares.
Si ser pobre significa que el ingreso promedio del hogar está en torno de los $137.000, estar fuera de la pobreza implica un ingreso promedio del hogar del orden de $240.000 en el 23% de los casos, y de $520.000 en el 30% de los casos.
Los bajos ingresos monetarios de las nuevas capas medias, si bien insuficientes, son mejores que los que perciben quienes todavía están en la pobreza. Aún así, en otras dimensiones estos sectores no pobres mantienen rasgos muy similares a los hogares pobres, como nos los siguen mostrando otros datos de la CASEN 2009.
Mientras en los hogares pobres hay menos de un miembro del hogar ocupado (lo que explica en gran medida sus bajos ingresos), los sectores medios no llegan a tener 2 personas ocupadas por hogar. De modo que, el empleo y la calidad de éste sigue siendo un problema en los hogares que han dejado la pobreza.
Al igual que los pobres, los sectores medios vulnerables cuentan con jefes de hogar que tienen menos de 10 años de escolaridad, siendo sus hijos los que podrán culminar la enseñanza media e ingresar a la educación superior siempre y cuando puedan financiar sus estudios u obtener créditos que los endeudarán a futuro, incrementando así el nivel de endeudamiento familiar.
Más de la mitad de los niños en su primera infancia, en hogares pobres y no pobres vulnerables, sigue sin acceder a salas cunas y jardines infantiles.
Este hecho, no sólo limita las opciones de sus madres para participar del mercado laboral o lleva a postergar la maternidad en las mujeres que trabajan, sino que además supone mayores riesgos de estos niños de no alcanzar todo su potencial de desarrollo cognitivo y emocional.
Si bien el acceso a la educación básica y media de los niños y jóvenes es universal cualquiera sea el estrato socioeconómica de pertenencia, la calidad tiene una distribución desigual, como lo siguen evidenciando los datos de la CASEN 2009.
Los estudiantes que están en condiciones de pobreza y los que pertenecen a sectores medios emergentes asisten en igual proporción a la educación municipal y a la enseñanza particular subvencionada. En ambos sectores sociales las opciones son casi iguales por uno u otro tipo de establecimiento educacional. Y, como bien sabemos, los rendimientos son igualmente bajos en ambas. De modo tal que, estudiantes pobres y de sectores medios sufren las consecuencias de la baja calidad educacional.
El desenlace en cuanto a educación superior es decidor. No más de un tercio de estudiantes que provienen de hogares pobres y no pobres vulnerables (y que corresponden a las dos terceras partes de la población) accede a la educación superior.
Por contraste, dos terceras partes de los jóvenes que están en el tercio de hogares de mayores ingresos participan de la educación superior. No obstante la masividad que ha ido adquiriendo la educación superior, los sectores medios emergentes siguen siendo minoritarios, como lo son los hijos de hogares pobres.
Y si en la educación los sectores medios viven condiciones similares a los hogares pobres, en salud el cuadro es aún más nítido: en el sistema público de salud se atiende el 93% de los hogares pobres y el 90% de los sectores medios emergentes, con las consabidas listas de espera y el trato insatisfactorio que, por igual, reciben todo ellos en muchos servicios.
En común, pobres y no pobres vulnerables tienen, además, el uso de un mismo tipo de transporte que, junto con largos y demorosos desplazamientos, implica un similar desembolso e impacto en el presupuesto de sus respectivos hogares.
Y el deterioro del presupuesto familiar es la base del nivel de endeudamiento que alcanzan los hogares de manera generalizada y, en especial, los nuevos sectores medios, mayormente con las casas comerciales.
De modo que, sin menospreciar esfuerzos interpretativos de tantos analistas sobre los significados de las protestas sociales, nunca está de más considerar las realidades sociales de millones de personas cuyas complicadas vidas requieren soluciones.