Cuando un trabajador sufre un accidente laboral o una enfermedad profesional, los perjuicios y efectos negativos que se generan no recaen sólo en la persona que, lamentablemente, se vio afectada. Está la familia, que muchas veces tiene que readecuar la forma en que opera normalmente, y también los compañeros de labores, que van a tener que seguir cumpliendo funciones con un integrante menos hasta que se encuentre un reemplazante o hasta que la persona se recupere.
Invariablemente se deben realizar cambios que no siempre son bien ejecutados.
Y eso sin considerar los efectos psicológicos que se producen en el entorno laboral, pues si a un compañero le ocurrió significa que el accidente o enfermedad le puede pasar a cualquiera. Así, los trabajadores inevitablemente estarán más temerosos, se reduce su confianza y productividad, su satisfacción con lo que hacen y su motivación por hacer bien el trabajo que se les encomienda. Si nada se hace para salvar estas situaciones, se puede incluso producir una fuga de trabajadores eficientes y talentosos, que decidan buscar un lugar donde sí se sientan seguros y protegidos.
Es fácil darse cuenta de esto, por ejemplo, cuando se ausenta un obrero de la construcción o un trabajador en una línea de ensamblaje o centro de distribución. Además del dolor y sufrimiento del afectado y de su familia, el trabajo que antes él hacía, ya no se hace de la misma manera. Y ahí es cuando queda más que claro que todas las personas cuentan. Cada una de ellas, en todos los rangos y posiciones.
Esto es especialmente relevante en las microempresas y las Pymes. De todas las empresas protegidas por el seguro contra riesgos de accidentes y enfermedades profesionales, más del 90% corresponde a este grupo (hasta 100 trabajadores), que tienen menores recursos para enfrentar y contrarrestar estos problemas. Cuando un trabajador se ausenta, vaya que se nota.
Bien se sabe, además, que son ellas las que mayor empleo le brindan al país. El problema, sin embargo, es que de ocurrir un incidente que se traduzca en días perdidos, no sólo habrá consecuencias psicológicas para todos, sino también económicas, pues evidentemente la productividad se ve fuertemente afectada. Y en este tipo de empresas el golpe es mucho más fuerte, más aún cuando es común que las personas realicen más de una función y la interdependencia sea más estrecha.
Al analizar estas variables, se atisba de forma inmediata lo crucial que es tener un plan de contingencia, pero sobre todo, lo crucial que son los planes y medidas de prevención que las empresas adopten e implementen. Los beneficios que esto conlleva alcanzan las más variadas aristas de una empresa que, sumadas, le darán una ventaja competitiva a quienes las apliquen y relegarán a quienes no lo hagan. No sólo porque trae efectos positivos dentro de la empresa, sino también fuera de ella: proveedores, clientes, ONGs o reparticiones estatales, aprecian este tipo de iniciativas.
En algunas empresas aún no se deciden por invertir en prevención. Presuponen que los accidentes son inevitables, que simplemente ocurren por “mala suerte”, por el azar, o hasta por la propia irresponsabilidad o inexperiencia del mismo trabajador.
En otras empresas, que sí han realizado estos planes, al tiempo los abandonan, porque con o sin plan de prevención, “los accidentes ocurren igual”. Pero eso no es cierto: todos los accidentes se pueden prevenir. Tal vez los beneficios de invertir en prevención no se vislumbren de un día para otro, pero esa es la peor razón para dejar de implementarlos.
Si se quieren obtener mejoras, primero hay que cambiar la cultura dentro de la empresa.Una donde cada trabajador se preocupa de su salud y seguridad, pero también en la de los compañeros. Plasmar este tipo de cambios lleva tiempo, y dejarlos de lado en la mitad del camino sólo puede traer más inseguridad e incertidumbre.
Cuantificar los beneficios económicos de invertir en seguridad y salud en el trabajo (SST) puede resultar compleja y, un tanto fría y calculadora. Esto es razonable, por cuanto un microempresario o una Pyme no pueden estar invirtiendo recursos si cree que esta inversión no traerá ningún rédito.
Como fuere, más allá de las preconcepciones y prejuicios, una infinidad de estudios internacionales realizados por la OIT o la National Safety Council, de Estados Unidos, han demostrado que invertir dinero en seguridad y salud, y específicamente en prevención, es buen negocio, dado que una buena gestión de la SST en una empresa va asociada a mejoras en el rendimiento y la rentabilidad.