Ya próximos a cumplirse, el año 2013, cuarenta años desde el golpe militar del año 1973, un programa de TV, la realización del funeral público del ex-Presidente Salvador Allende (QEPD) y otros sucesos actuales, anuncian que ese pasado nuestro volverá a hacerse presente, con intensidad
A mi juicio nada hay de objetable en mirar el pasado. Más aún, debemos hacerlo. Sin embargo, en mi opinión, tendemos a mirar ese pasado con una cierta ira y la ira desata más ira.
Así, es probable que se vuelvan a escuchar y leer palabras y frases duras en contra de los políticos en general, los partidos políticos, ciertos dirigentes políticos actuales de la Alianza y de la Concertación, que jugaron un rol relevante en torno a esa fecha y los años posteriores.
En fin, se puede prever que los comentaristas tenderán a atacar con ira a diestra y a siniestra – más a diestra que a siniestra, por buenas razones, hay que reconocer, objetivamente.
Por cierto, nadie que aprecie y respete la dignidad y derechos de la persona humana y sea demócrata, puede desconocer ni menos aún aprobar lo que ocurrió el año 1973 y los años siguientes. El golpe militar y el régimen militar-autoritario-tecnocrático-burocrático que surgió de él y se mantuvo en el poder por largos 17 años, merecen en mi opinión un juicio objetivo de rechazo claro y rotundo.
A su vez, comprendo que entre quienes sufrieron torturas, exilio, la pérdida de la vida de algún familiar, alguien detenido-desaparecido, etcétera, la tendencia sea a un juicio de rechazo acompañado con ira.
Comparto también que no debe existir olvido –es necesario e indispensable el recuerdo y el análisis histórico- y, con mayor razón aún, acepto que puede que no exista perdón.
Después de todo el perdón es un “súper don”, un inmenso regalo, que las víctimas, los agraviados y los afectados por los hechos históricos que recordamos pueden otorgar o no a quien se los pida. Nadie puede obligarlos, ni legal, ni éticamente, a otorgar su perdón.
Aclarado lo anterior, me parece también que convendría hacerse algunas preguntas:
¿Pueden la actual y las siguientes generaciones de jóvenes chilenos, especialmente los interesados en política y con deseos de participar en ella, seguir avanzando por la vida con el peso de nuestra ira sobre sus espaldas?
¿Un régimen político democrático podrá funcionar y perfeccionarse con una cultura política que sea centralmente iracunda?
Yo no lo creo. Si seguimos por esa ruta, lo que ocurrirá será que quizás solamente la generación que nazca el año 2073 podrá liberarse del peso de la historia mirada de esa manera, con ira.
Las culpas de lo que ocurrió el año 1973, unos años antes y los años posteriores, son compartidas; en distintos grados, cierto, aunque en mayor grado por la derecha y sectores de centro derecha que apoyaron el golpe y el gobierno que surgió de él.
Pero las actuales y siguientes generaciones no debieran seguir cargando las responsabilidades de los más directamente involucrados en esos violentos y trágicos años de la política chilena.
En fin, habrá que seguir haciendo esfuerzos para describir y entender, en toda su complejidad, las múltiples variables internas y externas que llevaron al quiebre de la democracia política chilena ocurrido el año 1973 y al subsiguiente régimen político-militar.
Existen trabajos académicos serios al respecto, como, por ejemplo, los de Arturo Valenzuela.
De otro lado, algunos dirigentes políticos y partidos políticos de la época en comento han reconocido sus responsabilidades; otros no. El estado actual y el contenido de tales reconocimientos deben ser conocidos y presentados a los jóvenes, especialmente.
En conclusión, de acuerdo, miremos el pasado, sin olvido y sin perdón, si se quiere así hacerlo, pero también sin ira, que a nada conduce, excepto a más ira, en el presente.