Cuando uno estudia la historia de la construcción europea, aprende que la UE es fruto no sólo del consenso y la necesidad de unidad para desarrollarse en un continente en paz, sino también es resultado de numerosas crisis, avances y retrocesos. 2015 ha sido tal vez el peor año en los más de 60 de integración. Lo que ha vivió el Viejo Continente ha puesto en evidencia la profundización de fisuras y tensiones en su interior que la están alejando paulatinamente de los valores y bases fundacionales de su unidad.
Si bien no estamos en presencia de un super Estado, lo cierto es que la UE es el ejemplo más exitoso de unidad por voluntad de sus miembros. De 6 Estados en 1951 han pasado a 28. Sin embargo, no solo los temidos “Grexit” o “Greccident” (salida de Grecia de la Zona Euro) y “Brexit” (salida de UK de la UE) amenazan con una reestructuración del bloque, también temas de fondo la dividen.
El año partió con los atentados terroristas en París, ataque que se repitió luego en Copenhague. En Bélgica un gran operativo llevó a la desarticulación de células que pretendían cometer actos similares en la capital de la UE. Lo mismo en otros países. El nivel de alerta se aumentó y un gran debate al interior de los Estados se intensificó en cuanto a las medidas a adoptar y sobre las causas de los mismos.
A fines de enero ganó las elecciones Syriza en Grecia en medio de la crisis de la eurozona. Partido antiausteridad y contrario a las medidas adoptadas tanto por la UE como por los dos partidos tradicionales que gobernaron Grecia desde el retorno a la democracia (PASOK y Nueva Democracia), vino a enfrentar el orden establecido en la UE.
El debate y discusión sobre la grave crisis, las consecuencias de la salida de Grecia de la eurozona, las responsabilidades y falencias estructurales que presenta la moneda común, entre otros aspectos, crisparon los ánimos. Una división Norte/Sur, pobres/ricos, responsables/dilapidadores, marcó la discusión. Mientras la UE no retome un ritmo de crecimiento, baje las tasas de desempleo que son particularmente altas en el Sur, reoriente sus políticas de austeridad que tan caro ha costado a muchos, la tensión continuará.
A mediados de año parece que la UE tomó recién conciencia de la crisis de refugiados que otras partes del mundo conocía muy bien. Miles de personas comenzaron a llegar a sus costas en busca de protección internacional (refugiados) y mejores condiciones de vida (inmigrantes).
La intensificación de este flujo mixto que, según cifras oficiales de ACNUR hoy llega a más del millón de personas, enfrentó no solo a los países miembros entre ellos y con las instituciones de la UE, sino que también al interior de los propios países.
El caso más claro es Alemania y el rol que la Canciller Angela Merkel ha jugado. La división clara entre los socios, esta vez poniendo en evidencia las fisuras en especial entre los Estados de Europa Central y Oriental y los occidentales, ha llegado a niveles alarmantes. Vallas, expulsiones “en caliente”, marcas en los brazos a los refugiados, quema de albergues, endurecimiento de las leyes de asilo y criminalización de los irregulares, son solo una muestra. El espacio de la libre circulación Schengen es puesto en duda y aquel símbolo de la unidad y la integración sufre embates que lo ponen en riesgo.
El año termina con los atentados en París, reivindicado esta vez por el autodenominado Estado Islámico. La orquestada operación terrorista, al parecer dirigida desde la vecina Bélgica, vino a complicar aún más el escenario. La amalgama fácil de “Islam-terrorismo”, se complementó con el vínculo “inmigración/refugiados”.
Cierre de fronteras, guerra contra el terrorismo, reproches mutuos, fueron las inmediatas consecuencias. Schengen más en riesgo y una UE reaccionando dividida (pese a las muestras de solidaridad e invocación del art. 42.7 del Tratado de Lisboa) y poniendo en jaque sus propios compromisos comunitarios. A esto se suma la relación con Rusia, complicada desde la anexión de Crimea y actor importante en la guerra en Siria, que mostró los límites que tiene Europa en el complejo escenario internacional.
Evidentemente este es un resumen arbitrario. Hubo avances en otros aspectos en la UE, pero las crisis económica, del euro, de los refugiados y del terrorismo han enfrentado a Europa a sus propios miedos y fantasmas. El aumento de los partidos eurófobos y euroescépticos son una muestra palpable.
La construcción europea encuentra su fundamento en las Guerras Mundiales. Para superar los nacionalismos y odios, los Padres Fundadores pensaron en las condiciones para un continente en paz y próspero.
Sin embargo, las crisis están mostrando que la memoria es frágil y que se está olvidando por muchos el por qué están unidos. En este contexto, el 2016 no se anuncia fácil. La crisis de los refugiados continuará si sus causas no terminan y éstas no dependen solo de la UE. La crisis económica aun no es un mal recuerdo y el riesgo de atentados es una realidad. El euro y Schegen son símbolos de un éxito político ansiado por muchos. Su caída puede efectivamente ser el fin de lo que comenzó como un sueño y puede terminar en pesadilla.
En el 2016 veremos atisbos de respuestas. Al menos eso esperamos quienes observamos con atención lo que pasa más allá de nuestras fronteras.