Nicolás me envía la carta que transcribo. No se si realmente la escribió el gran jugador del Barcelona. En verdad no importa, porque lo realmente trascendente es lo que dice.
De ella se extraen lecciones para los dirigentes, para la farándula televisiva, para el chauvinismo de algunos programas deportivos, para ese exitismo que nos tiene a mal traer como sociedad.
Algunos dirán que es Argentina, pero como acá se trata de imitar a los trasandinos hasta en la forma de relatar los partidos, ojalá nos sirva de reflexión.
“Escribo esta carta, con los oídos todavía llenos de los silbidos, que recibiera el día del empate con Colombia, y pienso que no me queda más remedio que dirigir estas letras a la población argentina.
Se supone que soy el mejor del mundo. ¿Quién lo supone? No lo tengo claro.
¿Qué significa ser el mejor del mundo? Tampoco lo sé.
Sólo sé que soy un jugador de fútbol al que le ha ido bien. También conozco, y recuerdo mi historia.
De muy chico comencé a jugar al fútbol. No tuve más infancia que la del esfuerzo y el sacrificio para llegar hasta dónde yo sabía que quería llegar. En el medio sucedió lo impensado: mi físico no se desarrollaba de modo tal que pudiera jugar como profesional.
La única solución era un tratamiento muy costoso, fuera del alcance de mi familia. Busqué apoyos en la Argentina, mi país, pero no los encontré. Con mis padres golpeamos puertas en vano. Nadie quería arriesgar en un pequeño niño. Incluso River me cerró sus puertas, pensando que no valía la pena.
En ese momento un club extranjero se interesó por mí. Puso tiempo, dinero, médicos.
Contuvo a mi familia para que estuvieran cerca de mí. Sin apurar los tiempos me formaron, y por último comencé a jugar. Con organización y trabajo no saltearon ninguna etapa. Ese club era el Barcelona.
Recién allí en la Argentina advirtieron que se perdían la posibilidad de un jugador, y ni lerdos ni perezosos se apuraron a concertar un partido especial de la selección argentina juvenil para evitar que yo jugara para España. Bien por Argentina.
Ahora, cada vez que juego para mi país, y conste que por ejemplo en esta Copa América he donado todo lo que cobré a obras de beneficencia, toda la responsabilidad cae sobre mí.
¿Olvidan que el fútbol es un juego de equipo? ¿Creen que las cosas pasan por arte de magia? ¿No entienden que el fútbol, como todos los deportes, es una cuestión de ganar unos pocos segundos al contrario? Hoy ya no se puede improvisar…
Quieren que Argentina juegue como un equipo local, pero no quieren el trabajo y la organización del club. Quieren que pasen cosas iguales, haciendo cosas distintas.
Sin trabajo y organización no hay modo de llegar al éxito. Ni en el fútbol, ni en ningún aspecto de la vida. A los argentinos parece no importarles nada, comerse una y otra vez a sus ídolos.
No les importó endiosar una y otra vez a Maradona, con el objetivo de poder revolcarlo a continuación. ¿Y ahora siguen conmigo?
Me duele decirlo: amo a la Argentina, pero estoy cansado de los argentinos.
Estoy cansado de dar explicaciones porque haya quien crea que soy el mejor del mundo.
Estoy cansado de que me comparen con Maradona, o con cualquier otro. Me endiosan y después pretenden que me haga cargo de ello.
Estoy cansado de que le falten el respeto a mis colegas cuando me comparan con ellos.
Estoy cansado de que no entiendan que soy uno más, que cada día se levanta pretendiendo hacer bien las cosas.
Si los argentinos se dieran cuenta de que, más que exigirme milagros a mí, debieran exigir trabajo y organización a sus dirigentes, empezando por los del fútbol, las cosas podrían mejorar.
Si no, no importa. Pero a mí y a mi familia déjennos tranquilos”.