En estos días fatigosos de sentimientos encontrados abundan los lugares comunes, las frases hechas, la iconografía navideña del hemisferio norte y los llamados a buscar un verdadero sentido en estas fiestas, sin embargo, más allá de las buenas intenciones y sanos propósitos, ¿cuánto hacemos cada uno de nosotros en su ámbito personal, privado o público para obedecer los deseos aparentemente sinceros que prodigamos en estas fechas?
¿Cómo con nuestra actitud permanente en el trabajo, en la política, en la empresa, en el ámbito familiar y social somos ejemplo vivo del paradigma que profesamos en las redes sociales, en la compra de un regalo solidario o en una tarjeta navideña donde declaramos lo que en el quehacer cotidiano mucha veces no hacemos?
Es cuestión de ver la ausencia valórica como factor común en la colusión empresarial, en los actos de la corruptela política, en la ambición desmedida por la riqueza, en el abuso de poder desde el poder, en el fanatismo religioso, en la intolerancia a la diversidad, etcétera.
Preferiría en estas fiestas, en que la reflexión debiera campear, que cada uno de nosotros desde la posición en la que se encuentre, sea ésta en un alto puesto de la política, en la cima de una organización empresarial, en el mando de una corporación o lisa y llanamente en el modesto lugar de nuestro trabajo o en la posición social que tengamos, podamos poner siempre el sello de la justicia, de la razón, de la paz y de la verdadera caridad.
No se trata de obedecer a pie juntillas un dogma religioso o moral ni de intentar buscar respuestas en las variadas interpretaciones esotéricas que se puedan encontrar a propósito de las fiestas solsticiales, tampoco una reacción al llamado de alguna jerarquía, sólo aprovechar el sentimiento que abunda en estos días para construir en cada una de nuestras conciencias el hombre y la mujer nuevos que serán el pilar fundamental de una sociedad más justa, más igual, más libre y más buena.