Tal como era previsible el chavismo fue derrotado estrepitosamente en las elecciones parlamentarias recientes en Venezuela. Continúa la tendencia que se abrió con el triunfo de Macri en Argentina.
Hay una época que se acaba, la era de la plata fácil derivada de los altos precios de las materias primas. Ella permitió el auge del populismo que consistía en la primacía del reparto por sobre la generación de riqueza y un gran beneficio para los sectores pobres que, agradecidos, votaban por el gobierno, sea en Brasil, Argentina o Venezuela.
Ahora se vuelve a la normalidad económica y ello implica que solamente prosperan los que son capaces de crear empresas y productos competitivos, que pueden proyectarse en el mercado mundial.
Y, obviamente, implica el fin de las políticas de confrontación con el capitalismo y con Estados Unidos. Ya no estamos en los ideologizados años de la década del 1970. La Revolución simplemente no cuajó. No había ni hay condiciones para un cambio radical en las estructuras de poder en América Latina. Los sueños terminaron y, en muchos casos, culminaron en tragedias.
El panorama en Venezuela es bastante complicado.
En el corto plazo hay que controlar la inflación, el déficit fiscal y el aumento de las deudas. Y ello supone una reducción del gasto y con ello una disminución del nivel de vida de la población, menos consumo y aumento del desempleo. Todo afecta a la clase media emergente y retornan las tasas de empobrecimiento. Al menos mientras se ordenen las cuentas.
Obviamente esto puede repercutir en la situación electoral y los derrotados de hoy pueden clamar que fueron los defensores del pueblo y que los que llegan están en contra de la distribución de la riqueza. Se puede originar, entonces, inestabilidad política y falta de una estrategia clara de superación de la crisis. Ha sido, por lo demás, la historia de muchos países de América Latina y el vaivén de dictaduras y democracias que no logran generar un crecimiento estable.
Y basta ver lo que ha ocurrido en Grecia o Italia para comprender casi permanente crisis derivada de la angustia económica. Y ahora se suma Francia con el auge de la extrema derecha.
El problema de Venezuela es aún más grave.
Desde hace más de medio siglo vive del petróleo y se ha desestimado el esfuerzo en crear una estructura productiva competitiva. La pugna política es por el reparto de los fondos fiscales y no por distintos programas de desarrollo. Gran parte de los alimento se importan, incluso los huevos. Ahora hay que generar un sistema eficiente y capaz de competir en un mundo globalizado. Ello supone un radical cambio cultural en la tierra de Bolívar.
Lo que está claro es que vienen otros tiempos en América Latina y una revaluación de los valores y estilos del capitalismo globalizado.
Los años de la plata dulce terminaron y con ello la creencia que basta con plantear propuestas morales para alcanzar la justicia y la prosperidad.
El mundo es taimado. Más que condenarlo hay que tratar de entenderlo. Y esta ha sido la falla de gran parte de las elites que hablan castellano o portugués. Son buenas para el discurso pero malas para la gestión.