Pese a que el proceso que conduce a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en Venezuela no cumple con las garantías básicas de una competencia electoral democrática, el régimen de Maduro controla el tribunal electoral; prácticamente monopoliza los medios de comunicación; usa desvergonzadamente los recursos estatales para hacer campaña; sus brigadas de choque atacan los actos de los candidatos opositores; regala todo tipo de bienes a los sectores modestos, etc., las fuerzas opositoras agrupadas en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) pueden ganar las elecciones.
Eso es lo que revelan todas las encuestas, algunas de las cuales registran una diferencia superior a los 20 puntos porcentuales a favor de la oposición.
El 90% por ciento de los venezolanos considera que la situación del país es mala, y el 67% se pronuncia incluso por el término del mandato de Nicolás Maduro. No es extraño. Hace ya mucho tiempo que la población vive una situación angustiosa en la que se combinan la falta de muchos productos esenciales, el mercado negro y el retroceso de los ingresos.
El Fondo Monetario Internacional prevé una contracción económica de 10% y una inflación de 190% para este año. Están lejanos los tiempos en que el alto precio del petróleo le permitía a Chávez financiar múltiples subsidios a los grupos vulnerables, y hasta regalar plata los gobiernos amigos. Hoy, la pobreza no cesa de crecer.
El populismo ha devastado un país que en los años 70 estuvo en la delantera de América Latina en la marcha al desarrollo, y constituía además una especie de isla democrática en la región.
La experiencia chavista ha degradado a Venezuela social, económica e institucionalmente, y ha demostrado que nunca crece tanto la corrupción como bajo un régimen autoritario.
En octubre pasado, 13 miembros de Tribunal Supremo de Justicia, por presión del gobierno, “aceptaron” dejar sus cargos un año antes de lo establecido por la Constitución, el objetivo era reemplazarlos por jueces leales a Maduro y la camarilla gobernante.
Y ya hemos visto a qué extremos ha llegado el control de los tribunales en el caso del líder opositor Leopoldo López, cuya libertad sigue siendo reclamada por numerosas entidades defensoras de los derechos humanos.
Muchos analistas creen que la oposición puede obtener la mayoría simple de la Asamblea Nacional, y que hasta podría lograr los tres quintos, con lo cual tendría facultades para destituir ministros y renovar el Poder Electoral. Si lograra los dos tercios, podría convocar a una asamblea constituyente.
En todo caso, el control oficialista del Tribunal Supremo de Justicia podría bloquear las decisiones del Parlamento. De todas maneras, un amplio triunfo opositor tendría un potente efecto político dentro y fuera de Venezuela, que ampliaría las posibilidades de materializar un cambio de fondo.
¿Reconocerá Maduro un triunfo de la oposición? Esa es la gran duda, sobre todo después que amenazó con salir a las calles y gobernar “con el pueblo en una unión cívico-militar” si el Partido Socialista Unificado de Venezuela pierde las elecciones. La excusa sería, cómo no, “salvar la revolución”.
Maduro se muestra a sí mismo como el jefe político y militar de una imaginaria gesta revolucionaria, pero en realidad es solo el patético representante de una camarilla sin Dios ni ley, dispuesta a cualquier cosa para defender sus negociados y prebendas.
Como hemos visto, los amigos chilenos de Maduro solo se limitan a proclamar como único principio “la no intervención” en los asuntos de Venezuela. Es un cuento, defienden a Maduro porque lo consideran su camarada, con lo que revelan que en realidad no creen en el valor universal de los derechos humanos.
Otra gente se confunde, aun hoy, con la patraña de que Maduro representa a “la izquierda” del continente, y consideran que por eso, y haga lo que haga, hay que apoyarlo.
Es una confusión penosa. Los déspotas pueden levantar banderas de izquierda o de derecha, declararse cristianos y presentarse como defensores de la patria, pero todo eso es solo una coartada para quedarse indefinidamente en el poder, violar los derechos individuales, alentar la violencia contra los opositores, en fin, cometer tropelías como las que han tenido lugar en Venezuela por tanto tiempo. El asesinato de un dirigente opositor hace pocos días muestra a las claras cuán lejos ha llegado la falta de escrúpulos de quienes gobiernan.
Sería lamentable que se cerrara la posibilidad de un tránsito pacífico hacia la democratización.Asegurar que ello no ocurra depende en gran medida de la actitud de la comunidad internacional, y por supuesto de los gobiernos de la región. Esperemos que nuestro gobierno no tenga una actitud pasiva o indulgente frente a los abusos de Maduro, y que se mantenga particularmente alerta respecto de lo que ocurra en estos días y sobre todo el 6 de diciembre.
Deseamos de todo corazón que los venezolanos puedan abrirse paso hacia la libertad y el derecho. Ojala que los líderes opositores no caigan en las trampas que pueda tender el régimen para suspender las elecciones o desconocer sus resultados.
Han llegado a Venezuela numerosos observadores extranjeros que buscan ayudar con su presencia a que el proceso electoral sea limpio. La prensa internacional concentra su interés en lo que allí pueda ocurrir, y ello contribuye a dificultar las maniobras del oficialismo.
No hay neutralidad posible. Estamos firmemente al lado de los hombres y mujeres de Venezuela que no se han dejado intimidar y han vencido el miedo, que han bregado duro para ir ganando cada día nuevos espacios de expresión independiente, que se han unido por encima de cualquier diferencia, y gracias a cuyo esfuerzo hoy se ve cercana la posibilidad de una victoria democrática. Somos solidarios con su admirable lucha por la libertad.