Hace más de dos décadas que el poeta Mauricio Redolés describió con hermosa claridad al barrio que lo acogió tras el exilio. Y si bien se han producido cambios desde entonces, el sector de Yungay mantiene el aire de vieja gloria que tan bien retrata el poema “Bello Barrio”, “un bello barrio de luces antiguas y gente amable”.
La semana del 9 al 15 de noviembre se celebró la Primavera del Barrio Yungay, una gran feria-muestra-paseo-fiesta que reunió a la enorme cantidad de artesanos, artistas y colectivos de diferente índole que habitan esas calles. Coordinada por la Junta de Vecinos, que agrupa a todos los actores sociales del sector, se realizaron diversas actividades que reunieron y presentaron la vida de ese lugar.
Pero no se trató de un evento excepcional o curioso, pues mucho de lo que se vio allí es posible encontrarlo de manera casi accidental en cualquier momento del año. La gracia esta vez fue que hubo calles cerradas y escenarios casi en cada esquina, con rock, tango, cueca, folklore, cuentos infantiles, teatro, organillos; entreverados con puestos de artesanía, libros usados, editoriales independientes, caricaturistas, ilustradores, pintores, cajitas lambe-lambe y más. Y sin vigilancia policial ni la violencia fascista o anarco-jipunga tan propia de muchos eventos al aire libre en Chile.
Un barrio donde “la música de Los Jaivas no ha sido destruida a hachazos/ Bello barrio con b larga y a corta, en que el proyecto cultural no ha sido [destruido]” (Redolés usa una palabra más fuerte) sigue vivo con un nivel de autogestión impensado para estos oscuros tiempos que corren”.
Se llevan años realizando estas actividades y afortunadamente todavía no aparecen los pendones de Entel o promotores de BCI. Y esperemos que jamás, jamás se convierta en un FITAM o FILSA financiado por Minera Doña Inés de Collahuasi. La materia prima está y esperemos que se convierta en el equivalente cultural de la Farmacia Popular de Recoleta, o incluso más que eso pues todo es producido de manera independiente.
El barrio Yungay (y en cierta medida su vecino, el barrio Brasil), ha sido un raro caso de unión vecinal en defensa de su patrimonio e identidad. Si bien el sector tiene la denominación de Zona Típica, lo que en cierta medida protege su arquitectura, enfrenta problemas de sitios eriazos y edificios abandonados, además de subarrendamiento que deterioran la calidad de vida de los habitantes de las mismas viviendas y su entorno.
Sin mencionar los tradicionales y sospechosos incendios de casas antiguas en terrenos apetecibles para el mercado. Pero más allá de estos problemas, tiene una característica que tal vez es única en Santiago: su heterogeneidad social. Podemos encontrar cités habitados por modestas familias de inmigrantes y, metros más allá, lofts para profesionales exitosos, junto a hoteles baratos para gringos aventureros y, entremedio, muchos chilenos mestizos normales (como yo, pues soy “casi de este barrio”, siguiendo con las citas a Redolés) viviendo en departamentos al lado de un palacete medio en ruinas habitado por el bisnieto de alguna familia aristocrática venida a menos.
En el parque Portales o las plazas Yungay y Brasil el hijo del oficinista que vive en la esquina juega con el del haitiano que arrienda una pieza y además con el rubiecito hijo de algún gringo hippie que llegó a probar suerte. Y es esa mezcla que le ha dado gran parte de su fisonomía.
De Matucana a Manuel Rodríguez y de Alameda a Balmaceda, recomiendo visitar este barrio en cualquier época del año (el 20 de enero se viene la fiesta del Roto Chileno), ver la arquitectura y el paisaje humano.
Siempre se encontrará algo y se podrá “vivir esta fragilidad peligrosa de corromperse”. Porque se puede, y ejemplos como el de Yungay nos dan esperanza en que hay vida más allá del libremercado.