Corría el año 2001 cuando ambos viajamos a Alemania y España. Habíamos sido invitados por la Fundación Ebert a conocer las experiencias de financiamiento público de centros políticos como los que tú y yo dirigíamos en ese entonces, el instituto Libertad y Desarrollo y la fundación Chile 21, respectivamente. Nos acompañaban también Andrés Allamand por el instituto Libertad y Jorge Navarrete por la corporación Tiempo 2000, en una gira que habría de tomarnos casi dos semanas.
Los alemanes pusieron a nuestra disposición un alto funcionario quien, junto con preparar nuestra agenda de trabajo, nos acompañó a todas nuestras actividades. Me pareció injusto que nuestro anfitrión tuviera que acompañarnos también a las actividades de carácter social nocturnas y planteé al grupo la posibilidad de liberarlo de esas responsabilidades para que pudiera hacer su vida de familia con normalidad. Recuerdo tu inmediata reacción positiva a esta proposición, señalando además que era sorprendente que tal iniciativa proviniera de mí. ¿Por qué?, te pregunté. Y tu respuesta me provocó una conmoción.
Porque era sorprendente, contestaste, que fuera una socialista la que estuviera preocupada por la vida familiar de nuestro guía.
Y claro, por esas fechas, el presidente Lagos estaba promoviendo una legislación de divorcio que, a tu juicio y de tantos otros opositores de ese entonces, atentaba contra la familia. De nada sirvió mi argumento de que yo estaba totalmente a favor de las familias y que, justamente por eso y pensando en el bienestar de sus miembros, es que me parecía urgente una ley de divorcio que permitiera regular las rupturas familiares y asegurar la protección de los hijos y del cónyuge más débil, casi siempre las mujeres.
Debo reconocer que algo has avanzado desde este incidente hace una década atrás. Con tu propuesta para regular las uniones de hecho (que desestima la que hiciera Allamand antes de dejar la senaduría para asumir como ministro), admites algo que era impensable en esas fechas: la existencia de otro tipo de familias, aún si no existe el vínculo matrimonial de por medio. Y aunque sospecho que con eso quieres cerrar todo debate sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, también ha primado el peso indesmentible de nuestra realidad, con un número similar de parejas convivientes respecto de las que están casadas y con más de la mitad del total de los hijos que nacen fuera del matrimonio.
Pero tu propuesta es pura retórica, al eludir formalizar las convivencias con un proyecto de ley que consagre esta opción como una alternativa de familia con iguales derechos de aquellas que tienen el vínculo matrimonial. Lo que, por lo mismo, debe incluir su inscripción en el registro civil.
Convertir la regulación de la vida en común en un mero trámite notarial para fines económicos, como cualquier otro contrato, no requiere ni siquiera el mandato de una ley, pues hoy en día cualquiera de los que estamos conviviendo podemos acudir a una notaría y establecer acuerdos y arreglos como pareja. Faltaría no más agregar de tu parte que, una vez realizado el trámite notarial, haya que inscribir las uniones de hecho en el Conservador de Bienes Raíces. En vez de una libreta familiar exhibiríamos un certificado de inscripción familiar que, al igual que el padrón de un vehículo, se pueda plastificar.
Te tomó una década admitir que existe una gran diversidad familiar en nuestra sociedad, pero espero que sea más corto el tiempo que tome pasar de saberlo a otorgarnos un status legal de derechos y reconocimiento igual que el de los casados a quienes, en uso de nuestra libertad, hemos escogido vivir nuestro amor sin libreta matrimonial, sea heterosexual como es mi caso, u homosexual.