En las cercanías de una nueva noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, reaparece el debate que a esta altura ya parece ocioso sobre la fiesta de Halloween “que llegó para quedarse”. Hay muchas quejas sobre lo extranjero de esta festividad, las que no dejan de tener cierta razón, pero si es por eso sólo debiéramos celebrar 18 de septiembre y 21 de mayo.
Muchos conocíamos de oídas la historia de Halloween, en parte por el bello capítulo de Charlie Brown y sus amigos donde Linus prefería ir a esperar a la Gran Calabaza en lugar de recolectar dulces.
Además siempre fue costumbre en la comunidad estadounidense realizar esta fiesta, principalmente en el barrio alto de Santiago aunque alguna vez fui testigo de una celebración por parte de estudiantes norteamericanos en la Universidad de Chile.El año 2008 me tocó estar el 1 de noviembre en Francia, y la discusión era la misma sobre la adopción de tradiciones gringas. Y eso que los franceses son de origen celta, el mismo origen de esta festividad.
Ignoro si el inicio de que se empezara a celebrar esta fiesta acá en Chile fue por lo mencionado anteriormente, o producto de la globalización o los intereses comerciales de las grandes empresas que necesitaban rellenar con algo el vacío entre fiestas patrias y navidad (aunque muy probablemente la respuesta sea “todas las anteriores”), es que la costumbre prendió y muchos agarramos el vaso de navegado y comenzamos a despotricar contra el imperialismo norteamericano, el colonialismo y la transculturización. Pero esperemos un momento.
Primero, ¿teníamos algo que fuera comparable a esta fiesta? Quizá la noche de San Juan podría acercársele, aunque la fecha de junio tiende a ser más de puertas adentro y con un tinte siniestro que no deja de ser interesante, pero no equivalente.
Segundo, la sociedad misma (y esto venía ocurriendo antes del golpe) ya no era de fiestas de la primavera ni grandes celebraciones colectivas y organizadas. Nunca fuimos de carnavales ni disfraces.
Y tercero, quizá lo más importante, para un niño la perspectiva de disfrazarse y salir a pedir dulces suena de lo más tentadora. Vayan a prohibirle algo así a un pequeñín.
Halloween puede ser artificial, yanqui e impuesta pero tiene ciertas virtudes. Conlleva una interacción entre vecinos que ninguna otra fiesta ha podido generar, fortaleciendo la vida comunitaria. También es una experiencia familiar, los niños recordarán por siempre los paseos con sus padres/tíos/abuelos, a veces junto a vecinos y primos, más allá de los dulces recolectados y la indigestión posterior. Y hace uso pacífico de espacios urbanos que normalmente ignoramos, como las calles del barrio.
¿Y es tan gringo Halloween? Tiene su origen en una tradición celta posteriormente cristianizada y luego exportada a Estados Unidos. Y acá en América Latina durante la conquista se sobrepuso a tradiciones de los pueblos originarios, también relacionadas con la muerte y los antepasados.
El ejemplo más claro es el día de muertos en México. Pero también en nuestras tierras tenemos un antecedente que quizá ha estado todo estos siglos en nuestra memoria profunda, el Aya Marqai del imperio Inca (sí, gran parte del Chile actual fue parte de ese imperio). A inicios de noviembre se sacaban a los muertos de sus tumbas, los llevaban a sus casas, vestían y ofrecían comida en su honor además de dedicarle cantos y danzas. Obviamente esto no les pareció a los conquistadores y la hicieron calzar con el día de Todos los Santos. Quizá toda esta actual campaña de marketing hizo despertar algo en nuestro subconsciente que venía de antes de los años de Diego de Almagro.
Por ahora sólo nos queda acompañar a los niños a buscar dulces y, siendo optimistas, esperar que esta celebración que no pudimos ignorar, podamos, al menos, chilenizarla.