Terminó el Sínodo de los obispos sobre la familia. Tal vez desde el Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, una reunión episcopal a nivel mundial no captaba tanto el interés y agitaba tanto las aguas. El acontecimiento ha constituido un verdadero turning point. Es temprano aun para sacar muchas conclusiones. Pero si este Sínodo no representa un paso adelante, lo será hacia atrás, justo cuando más la Iglesia necesita avanzar.
Como digo, no podemos aun ofrecer una opinión acabada, pues recién disponemos del texto final en italiano. Sí tenemos en castellano el discurso final del Papa, en el cual Francisco felicita a los congregados por haber atinado con su misión pastoral, consistente en pensar en las personas antes que en la doctrina; en interpretar la doctrina en función de personas que necesitan que se les anuncie un evangelio de vida, en vez de agobiárselas con mandamientos y prohibiciones inhumanas.
Muchos han sido los temas, pero uno ellos ha captado el interés principal. ¿Podrán los divorciados vueltos a casar comulgar en la misa? El Sínodo no excluye la posibilidad, es decir, sí, podrán hacerlo.
Cualquier lector atento concluirá que la posibilidad existe, si las cosas se hacen seriamente. El documento final abre las puertas a que los católicos que fracasaron en su matrimonio puedan acercarse a comulgar. Deben decírselo con todas sus letras: sí, los divorciados vueltos a casar que hasta ahora han sido excluidos por la institución eclesiástica y malmirados por los católicos hipócritas, deben alegrarse porque no se puede decir que todos ellos sean adúlteros.
Los números del documento correspondientes a esta materia (84-86), impulsan un cambio pastoral responsable. En ellos tres son los criterios que, combinados, hacen posible un gran paso adelante: integración, discernimiento y acompañamiento.
El Sínodo, en esta materia, ha querido integrar a estas personas en vez de excluirlas. Se nos dice: “la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, no solo para que sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino tengan de ello una experiencia gozosa y fecunda”. El criterio proviene del Instrumentum laboris que recogía el parecer de las iglesias de distintas partes del mundo y que insistentemente no quería exclusiones, sino inclusión e integración.Estas personas han de ser acogidas con especial cariño y han de poder participar lo más posible en la misa.
Pero la posibilidad en cuestión –siempre tácita en el documento- no debiera ejecutarse indiscriminadamente. Se exige un discernimiento.A propósito de las diferentes maneras de participación es necesario “discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puedan ser superadas”.
Las situaciones, sabemos, pueden ser muy distintas. El documento cita a Juan Pablo II para recordar, por ejemplo, que no es lo mismo las personas que se esforzaron por salvar su primer matrimonio y luego fueron abandonadas injustamente, que aquellos que con grave culpa de su parte lo destruyeron. Cada caso merece un estudio particular.
Por último, el Sínodo pide que este discernimiento sea acompañado por un sacerdote.¿Para qué, se dirá? ¿Para cerrar de nuevo la puerta?
Pues bien, siempre podrá darse el caso de un cura que en vez de acompañar quiera dirigirles la vida a los demás y que ahora piense que podrá autorizar a unos a comulgar y a otros no. Esta no es la idea. La decisión final queda entregada a un examen de conciencia y a una decisión que, pensamos, solo puede pertenecer a las personas afectadas.
A nuestro parecer, el sacerdote que ayude a las personas a formarse un juicio sobre lo que corresponda,ha de representar a una Iglesia que toma en serio su vida, que quiere ayudarle a procesar su fracaso,a sanar sus heridas y a crecer otra vez en su cristianismo. El mismo habrá de cumplir esta función de un modo regulado por una autoridad que será más competente cuanto más misericordiosa.
Así católicos que han sobrevivido por años en el más triste abandono, recibirán el trato que siempre debió ser prioritario. Nadie más que ellos debieron ser acogidos, cuidados y orientados. Sus familias, empero, fueron consideradas de segunda. Termina un escándalo. La opción de Jesús por los estigmatizados nuevamente le quita el cetro al fariseísmo.
El documento del Sínodo es todavía una penúltima palabra. Los católicos esperan que el Papa aún publique un documento que dé orientaciones sobre esta y las muchas otras materias tratadas. Por de pronto, han podido quedar pendientes las estipulaciones de los términos de aquel acompañamiento.
Lo que también debe ser subrayado, y que a la larga será decisivo para el futuro de la Iglesia, es que el Papa ha decidido gobernar de un modo sinodal, es decir, caminando con todos, haciendo discernimiento colectivo de los principales asuntos, volviendo sobre los pasos democráticos del Concilio Vaticano II.