Los discursos del 21 de mayo no son exactamente literatura exaltante. Aunque podría no ser así, tienen un componente de letanía que los hace poco atractivos.
Los presidentes tienen la opción de dar cuenta de su tarea y de sus programas futuros con cierta exhaustividad, y entonces resultan larguísimos, porque el Estado de Chile hace muchas cosas en muchas áreas. O bien avanzan rápido, lo que los que lo escuchan agradecen. Pero si no logran expresar visiones convocantes y delinear lo principal de la tarea de gobierno, resultan superficiales y propagandísticos.
Aunque hubo afirmaciones interesantes, no escapamos hoy a la letanía ni a la propaganda.
La reconstrucción, la economía, el empleo, la seguridad, la educación, la salud, la pobreza, la modernización del Estado fueron vistos por Sebastián Piñera con los ojos de la complacencia. A los pobladores de Dichato, en donde no hay una sola casa reconstruida, tal vez los recorrió alguna irritación.
En materia de educación superior hubo anuncios interesantes, como crear la subsecretaría de educación superior, reprogramar deudas del fondo solidario, expandir becas a la educación técnica. Pero la visión privatista es siempre la que prevalece: en vez de eliminar el Aporte Fiscal Indirecto, que canaliza recursos en base al puntaje en la PSU de los alumnos que ingresan, y por tanto valida la desigualdad en la educación superior, se anuncia que se mantiene con variaciones marginales.
Nada parecido a un plan de desarrollo de la educación estatal y con vocación pública al servicio del desarrollo del país. Una ocasión perdida.
Importantes son las reafirmaciones de la construcción de hospitales y consultorios de excelencia, el fin de las listas de espera Auge, el bono familiar de 38,5 mil pesos para 130 mil familias o bien doblar los subsidios habitacionales para terminar con los campamentos.Pero sobre el grave conflicto con el Senado respecto al postnatal no se dijo casi nada. Y sobre la eliminación parcial del 7% de cotización de salud de los jubilados, poca explicación sobre la distancia entre lo prometido y lo ofrecido en el proyecto de ley. Y sobre el multirut de empresas que inhibe la negociación colectiva, nada.
El perfeccionamiento democrático recibió algún tratamiento, reafirmando el apoyo a la inscripción automática y voto voluntario, pero no dijo nada que resuelva el conflicto sobre la restricción del voto de los chilenos en el extranjero.
Importante es el anuncio de apoyar una legislación sobre primarias para que los partidos escojan sus candidatos y el apoyo a la elección directa de consejeros regionales, así como crear el Ministerio de Cultura (y, tal vez más importante, 5 teatros regionales y 51 centros culturales) y el Ministerio del Deporte. Que se cree una subsecretaría de derechos humanos es también digno de ser saludado. Sobre uniones legales entre homosexuales, nada: en Chile los conservadores siguen ganando.
En materia de política exterior, respecto a la cuasi ruptura con Bolivia el presidente no dijo nada útil. Y respecto al conflicto con Perú, solo formalidades. Y ninguna explicación sobre el giro a una política exterior ideológica con la creación de un nuevo bloque con gobiernos de derecha en América Latina, lo que es un gran error pues debilita el vínculo necesario con Brasil y Argentina y la vocación latinoamericana que debe tener nuestra política exterior.
Con lo que subió la temperatura fue con la defensa de Piñera de HidroAysén.
Quedó claro que pone al medio ambiente enfrentado con el desarrollo y la reducción de la pobreza, lo que es otra vez un grave error. Señalar que las nuevas energías renovables no son una opción porque son hoy marginales, y así justificar las mega-represas que destruyen irremediablemente ecosistemas y paisajes, es simple mala fe intelectual.
Justamente se trata de que ¡dejen de ser marginales!
Cuando el presidente señala que descarta la energía nuclear pero no seguir estudiándola, uno no sabe a qué atenerse, salvo mantener la sospecha de que se trata de estudiar como incorporarla…
El exhorto final expresó una suerte de temor al debate, que no tiene porqué ser incompatible con cuidar la unidad y las instituciones.La alusión a Dios, fuera de lugar en un país laico.
Finalmente, la censura en la transmisión televisiva oficial a las expresiones de protesta, lamentable. Expresa más que mil palabras como algunos no creen en la democracia que Chile necesita.