Me resistía a escribir sobre el conflicto con Bolivia. Se ha dicho y escrito mucho, bien y mal. Pero cuando oigo que nuestro gobierno tiene la gigantesca tarea de cambiar pifias por sonrisas y conquistar a la opinión pública internacional a nuestro favor, esta sí es una nueva arista interesante.
Debo decir que soy partidaria de dar alguna satisfacción a nuestros vecinos bolivianos en lo de una salida al mar con soberanía. Por ejemplo, con esa franja bajo la línea de la Concordia de la que he oído hablar toda la vida, y que en una larga costa de 4 mil kilómetros como la nuestra sería una cesión mínima…opinión pública nacional y peruana mediante.
Pero la estrategia del Presidente Morales para conseguir su objetivo ha sido como un bumerang. Ya no me siento tan favorable a darle en el gusto. Antes de su llegada al poder, ya estaban rotas las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero Evo ha incendiado la pradera rechazando cualquier sugerencia para restablecerlas, recurriendo a un tribunal internacional y haciendo declaraciones ofensivas urbe et orbi contra nosotros, sus vecinos.
Recién ahora, tras el fallo de La Haya, ha expresado voluntad de dialogar con la “hermana” Presidenta Bachelet a quien dijo buscaría para ello – aunque esa movida aparentemente no resultó – en su reciente encuentro en Naciones Unidas. Y sabemos por qué cambió de actitud: lo dictaminaron los jueces de La Haya y poco antes, lo recomendó el Papa Francisco en suelo boliviano. Primero, tenemos un Evo cerrado a todo diálogo y ofensiva internacional con amplificador. Luego, Evo amistoso ofreciendo diálogo. Pienso que, efectivamente, no nos fue tan mal en La Haya.
Sin duda, su mayor triunfo ha sido la campaña comunicacional que a nivel mundial le ha conseguido la simpatía generalizada hacia su pobrecito país, víctima del “matón del barrio”, léase Chile, que tras vencerlo en una guerra de intereses económicos, le quitó su ansiado mar.
Porque la Guerra del Pacífico estalló tras una negociación mal habida entre los propietarios bolivianos del salitre y del guano y empresarios chilenos, respaldados por sus respectivos gobiernos. Cuando los bolivianos, pese a existir un tratado que lo prohibía, subieron en 10 centavos el impuesto que pagaban los chilenos por esos productos, éstos se enfurecieron y se negaron a pagar.Bolivia declaró la guerra.
Bueno, todas las guerras surgen para mantener o apropiarse de territorios ricos en alguna riqueza natural. En otros lados ha sido el opio, el oro, el petróleo. Aquí fueron el salitre y el guano.Y Bolivia consiguió la alianza con el otro vecino, el Perú. Por eso, no menos importante es lo que ocurrió cuando vencimos a ambos. Tras el triunfo chileno, nuestras huestes abusaron de la población civil peruana. Asaltaron sus casas, se apoderaron de sus bienes, violaron sus mujeres … El típico botín de guerra a que se siente autorizado cualquier soldado envalentonado por el grito marcial.
De esto sabemos poco los chilenos, pero los peruanos sí lo conocen y muy bien.Desde hace más de un siglo, bolivianos y peruanos,en las escuelas siguen enseñando los abusos de los chilenos y por lo tanto, el odio contra nosotros se sigue promoviendo.
Contra esta campaña – y no sólo la del respeto a los tratados y al derecho internacional – es la que nuestra Cancillería tiene como tarea levantar otra que la dé vuelta, o al menos, la neutralice.
No va a ser una tarea fácil.Ya estamos atrasados en una campaña que hace decenas de años debimos comenzar con ambos países, para volver a ser hermanos.
Como dicen los expertos en política internacional, nos olvidamos de la lección principal: llevarnos bien con nuestros vecinos más próximos. Creíamos que era así, pero ahora, cuando Bolivia vocifera a los cuatro vientos la salida al mar que perdió en una guerra de oligarcas, Perú calla, pero está alerta. Y los países más progresistas de nuestro continente, esos con los cuales debemos sentirnos más hermanados, se manifiestan contra nosotros.
Y si preguntáramos a los de más al norte, seguramente también dirían sentirse más cercanos a ellos, los más tercer mundistas, y más alejados de los pitucos del barrio, los más “europeos”, aquellos con una economía y una institucionalidad estables de las que nos enorgullecemos, pese a que ambas se han basado en el legado de la peor dictadura que se conoce por estos lados.
Dificilísima tarea tienen nuestra Cancillería. Una que necesita del acompañamiento de todos nosotros. Porque alguna responsabilidad tenemos también en la historia que acarreamos sobre los hombros.