Algunos se bajaron del carro de la victoria hace rato. Desdeñan con ironía el histórico slogan “Chile la alegría ya viene”, o que la frase “Justicia en la medida de lo posible” fue el atisbo fatal de una justicia social incompleta, insatisfecha, incapaz de entusiasmar los crecientes apetitos de una masa empoderada por la historia, los medios y el consumo.
Los hermosos sueños surgidos de la mágica primavera de la recuperación de la democracia ese día se habrían transformado casi sin darnos cuenta en una larga pesadilla de insatisfacciones; lo sólido del triunfo de la democracia se desvaneció de a poco en la incertidumbre, la desesperanza y el desasosiego.
Hoy, muchos de los enfervorizados concertacionistas que vitoreaban a Aylwin en el multitudinario acto de sanación del Estadio Nacional ese día de marzo del 90 son a veces los mismos que se refieren a la Presidenta con un brutal tono de desprecio y con una peligrosa dosis de violencia verbal culpándola a ella, a su gobierno, a la clase política, a la propia democracia de todos los males de una república en permanente crisis de crecimiento que como nunca está consciente de sus propios dolores de adolescencia, como no de su propia inoperancia, de su indignante posición aburguesada en las esferas de poder.
Esos mismos fueron quienes en su momento se acomodaron en la realidad heredada por la Dictadura y que disfrutaron de los beneficios (y privilegios) de un sistema en el que todos podían acceder a un crédito automotriz, un televisor de la última tecnología, un VHS estéreo, o un viaje fuera del país.
Una educación para cada segmento parecía ser la solución unánime de pobres, clase media y ABC1, el que podía pagar que pagara, y el que no, no importaba, ahí estaban las escuelas municipales de jornada completa reuniendo niños igualados en carencias, y con un poco más de dinero en los bolsillos de los asalariados padres, la alternativa de un colegio subvencionado con corbata a rayas y nombre inglés.
A lo anterior, amplias carreteras, transformación de las ciudades en grandes centros urbanos, marcas de prestigio en shoppings por doquier, fútbol por TV, clubes de fidelidad en tiendas de departamento y supermercado para canjear la juguera, el secador o la mercadería. Fue la realidad que nos tocó vivir (y disfrutar) sin que nadie haya hecho nada para cambiarlo y pocos para denunciarlo (gracias Tomás Moulian por la claridad y oportunidad de tus ideas).
Ningún periodista preguntó nunca cómo financiaban los políticos sus billonarias campañas; a vista y paciencia de la ciudadanía, los candidatos llenaron postes, plazas, bandejones, murallas con su rostro edulcorado sin adscripción política alguna; ningún ciudadano de a pié reparó en que el surgimiento de tanta institución de educación superior aquí y allá venía precedida de una inconmensurable ambición por el lucro; ningún fiscal, ningún juez puso atención en que los violadores a los derechos humanos compraban en la feria o permanecían con sueldos intactos en una escondida oficina de alguna repartición de las fuerzas armadas desempeñando labores administrativas.
Sin embargo, los que más se sirvieron de los beneficios de ser gobierno, estando hoy o no en el, son los que jamás denunciaron o hicieron algo en su momento para anticiparse a la crisis de credibilidad de la política en la que hoy estamos insertos.
La revolución del 5 de octubre sigue pendiente y no porque no haya cumplido con su deber histórico de haber derrotado a la Dictadura y haber transformado al país, sino más bien porque ésta no ha tenido los liderazgos adecuados para renovarla, y cuando han aparecido, el poder fáctico ha tejido sus redes para neutralizarlos con el beneplácito de los de turno, de los receptores de platas truchas, de los fotografiados en las sociales de El Mercurio o de la jerarquía de San Pedro.
El triunfo del NO, qué duda cabe, transformó las tristes alamedas ensanchándolas con alegría, parte de una nueva generación produjo los más importantes cambios de nuestro país en toda su historia, pese a la infranqueable desigualdad y alto endeudamiento la ciudadanía maduró, los jóvenes supieron poner a tiempo en el lugar que corresponden los sueños extraviados, y esto debe dar pie a un nuevo Chile, un Chile que, tributario del triunfo del 5 de octubre, sepa renovar en paz la construcción de una sociedad en justicia y en democracia, factores esenciales que determinan la histórica fecha en que derrotamos no sólo a la dictadura sino a la desesperanza de creer que estaba todo perdido.