El seguimiento de la prensa de los desastres recientes (Atacama, Cabulco e Illapel) se ha diluido más rápido de lo esperado. ¿Habremos logrado ya un nivel de gestión adecuado que nos permita dejar que los tomadores de decisiones y responsables hagan su trabajo?
Es cierto que organismos como Naciones Unidas informan que Chile es un ejemplo a imitar: prácticamente no se caen los edificios y se producen relativamente bajas pérdidas en vidas humanas. Sin embargo, poner atención en el vaso medio vacío es hacerlo en los más afectados por este tipo de eventos, la población más vulnerable. Sobre ello tenemos aún mucho que mejorar.
Evaluación del impacto y costo de los desastres.
Los datos cuantitativos con los cuales se describen los desastres continúan concentrándose en viviendas destruidas, puentes inutilizados, etc. No evaluamos aún el daño en horas de psiquiatras, médicos y sicólogos, en ausentismo laboral y educativo. Tampoco se evalúa la pérdida de patrimonio urbano y rural construido, de forma diferenciada.
Hace más de 80 años venimos discutiendo que las construcciones de adobe son vulnerables a los terremotos, salvo las que se encuentran bien construidas, diseñadas y, por sobre todo, con buena mantención. Como parte de las medidas preliminares a un sismo, los gobiernos locales podrían preparar con anticipación, catastros y planes de acción para prevenir daños mayores en sus ciudades y localidades con recursos provenientes de alianzas públicas y privadas para preservar ese patrimonio, fortalecer las construcciones existentes y enfrentar bien el próximo terremoto.
Tsunamis.
Los hechos demuestran que seguimos improvisando en asuntos de preparación ante los tsunamis. La web del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada, SHOA, apenas informa al público de algunos mapas de inundación, y ellos corresponden a criterios que no se precisan. Un habitante de Tongoy, por ejemplo, no encuentra, si ingresa a la página del SHOA, el mapa de inundación de su localidad.
Los instrumentos de ordenación territorial al servicio de la prevención y reconstrucción.
En el centro del problema sigue presente un Estado, reducido en su accionar que enfrenta grandes trabas para poder regular y planificar el territorio. La carencia de instrumentos de planificación actualizados impide incorporar aprendizajes y nuevos saberes en la prevención de riesgos socionaturales.
Por ejemplo, el plano regulador de Tongoy es del año 1988. Es evidente que en 25 años esa localidad se transformó radicalmente. Y este no es un caso aislado en el país donde la mayoría de los planes reguladores se encuentran obsoletos.
En este escenario, no solo no se incorporan recientemente, mapas de riesgos a la planificación sino que tampoco se cuenta con herramientas que eviten la depredación inmobiliaria que ven en este tipo de calamidades una oportunidad más para lucrar.
Basta constatar lo que ocurrió con el centro de Talca pos terremoto 2010 en que hubo una expulsión de sus residentes hacia áreas periféricas. Ello, por ejemplo, no ocurrió para el terremoto de 1985 en Ciudad de México, gracias a que los residentes del centro en base a protestas y luchas ciudadanas exigieron que el Estado les diera un alojamiento digno en esas mismas áreas.
Entonces ¿debemos hacer lo mismo en nuestras ciudades y pueblos cuando el Estado y su institucionalidad, deja expulsar- por omisión o desidia- a los habitantes en áreas de buena ubicación para dejar que opere el mercado y así mueva la economía?
Si bien hemos experimentado algunos avances en los sistemas de alerta temprana y oportuna evacuación frente a tsunamis o el incremento en la calidad de las viviendas de emergencia, aún debemos demandar una institucionalidad profesional, que no deje el arbitrio del gobierno de turno la suerte de los más vulnerables luego de un desastre natural.
En este sentido, se puede citar la paradoja respecto a los alojamientos temporales para atender a la gente que ha perdido sus viviendas por el último terremoto en la Región de Coquimbo; por una parte se pretende superar la histórica mediagua, pero el incremento de su calidad responde a la urgencia del cálculo rápido, “a la chilena”, los nuevos estándares (resistencia a los cambios de temperatura, fuego, viento, terremotos, superficie) no están garantizados.
La reconstrucción para los desastres 2015 recién se inicia, es necesario mantener la atención sobre ellos, de forma de criticar, participar en propuestas, sumar nuevos aprendizajes y trabajar en conjunto como país para superar estos eventos de recurrencia permanente.
Co autor, Ricardo Tapia, Instituto de la Vivienda- INVI Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile.