El senador democratacristiano Jorge Pizarro ha hecho muestra de algo que George Orwell expresó muy bien al criticar al igualitarismo socialista en su novela distópica Rebelión en la Granja, “Hay animales más iguales que otros”. Su caso refleja claramente la simbiosis entre un discurso que promete igualdad y a la vez tergiversa la función de los legisladores al colocarlos como paladines contra las “injusticias” mediante la ley. Así, el senador DC es más igual que el resto y lo es, paradojalmente, gracias a un discurso contra la desigualdad que le confiere poder para implantar la fraternidad a costa de otros.
El senador, que tuvo el placer de ir a ver el mundial de rugby en Inglaterra durante el período legislativo, es el mismo que tiempo atrás dijo estar contra de “la falta de igualdad de oportunidades y un modelo de consumo sin control e individualista”. Obviamente, se considera a sí mismo un sujeto con conciencia social, llamado a corregir aquello que considera “una negligencia social” acabando con la desigualdad y la injusticia.
En otras palabras, se considera parte de una élite moralmente superior que merece el cargo político que detenta. Es decir, no escapa a la ley de hierro de las oligarquías que en todos los partidos —incluso los que prometen una igualdad radical— se produce de manera inevitable.
Así, Jorge Pizarro y todos aquellos que claman igualdad, al mismo tiempo que se elevan a la cúspide del poder político, reflejan aquello que Murray Rothbard dijera, “tras las dulces, pero patentemente absurdas peticiones de igualdad se encuentra un deseo despiadado de colocarse a sí mismos al tope de la nueva jerarquía del poder”.
Pero hay un detalle, para mantener dicho poder o alcanzar su cúspide, en cada proceso electoral las oligarquías partidarias igualitaristas realizan las más diversas promesas a los votantes, desde corregir la “negligencia social”, las desigualdades, aumentarles los ingresos, o incluso dar fin al egoísmo en la sociedad imponiendo la solidaridad. Es decir, distorsionando la función legislativa en sí. Ello también explica la compulsión de los legisladores —de todo color— a regular cada ámbito de la vida de las personas imponiéndoles su moral particular como si los ciudadanos fueran niños y ellos fueran sus padres.
Las quejas ciudadanas hacia Pizarro, por su viaje después del terremoto en el norte, reflejan esa profunda distorsión en cuanto a quienes legislan.
Senadores y diputados, debido a sus promesas engañosas e irresponsables a sabiendas de que sus funciones son limitadas, son vistos por los ciudadanos como asistentes sociales o genios de la botella que deben cumplir sus promesas, por absurdas que sean.
Lo cierto es que un senador en medio de una catástrofe no sirve de mucho. Su función es otra. El problema es que piden votos ofreciendo igualdad o justicia social basados en un principio nefasto que han introducido en la legislación: que la fraternidad se impone por decreto, es decir, repartiendo los frutos del trabajo mediante la coerción estatal.
Es decir, que como decía Bastiat, el Estado “tiene que intervenir directamente para aliviar todos los sufrimientos, satisfacer y prevenir todas las necesidades”.De esa nefasta idea sólo puede surgir algo peor, al pueblo entero suplicando el favor y la atención de sujetos más iguales que el resto como el senador Pizarro.