Las iniciativas de los políticos tienen distintos tipos de eficacia. Algunas provienen de que expresan simplemente la continuidad de ciertas ideas que se han ido presentando a la ciudadanía, que ésta ha aprobado y que por ello tienen directamente un cierto grado de apoyo. Con ellas, el político no corre mayores riesgos, se trata simplemente de darle continuidad a los principios que han guiado la acción de los partidos desde su constitución o casi.
La derecha tiene sus tendencias y la izquierda las suyas y es más o menos previsible qué planteará cada sector frente a cada problema concreto que se va presentando. Esta inercia es un factor importante en el equilibrio de las democracias y constituye una especie de conservadurismo en la acción que da su estabilidad a la vida pública, aunque por esta vía no se logre cambiar mucho las cosas. Es cuando se intenta esto último que se abren dos posibilidades diferentes de eficacia, una que desemboca en el fracaso y hasta en el retroceso, y otra que conduce hacia el triunfo y que genera cambios reales y efectivos.
Los cambios políticos no se generan en los partidos, ni en los líderes, sino en la ciudadanía. Son las fuerzas internas, las corrientes de fondo, las que, como el movimiento de las placas en el caso de la corteza terrestre, producen los verdaderos cambios que cuentan en las sociedades.
Estas modificaciones se van produciendo subterráneamente y solo salen a la luz cuando la concentración de fuerzas alcanza el grado suficiente de potencia histórica decisiva como para encontrar expresión abierta en la sociedad. Y el modo como los políticos son o no son capaces de interpretar estos procesos y ponerse al servicio de ellos es lo que determina su fracaso o su éxito.
Esto significa que los consensos van variando constantemente y que lo que era válido en un momento se hace inválido en el siguiente. Los valores y las ideas van cambiando antes de que la inteligencia y la agudeza de los observadores sea capaz de expresar estos cambios. Cuando estos los hacen ostensibles a través de descripciones o teorizaciones es porque estos ya han tenido lugar y han alcanzado un cierto grado de asentamiento dentro de la sociedad.
De ahí que cuando estos cambios se han producido no son inmediatamente detectados por los dirigentes; por eso en estos casos las medidas que estos proponen se quedan demasiado atrás con respecto al movimiento que ya está en marcha y que será determinante en los procesos que tendrán lugar.
Algunos políticos siguen en la lógica de procesos anteriores, proponiendo cosas que necesariamente jamás podrían tener un eco en la ciudadanía debido a que se han hecho extemporáneas. Miran con los ojos del pasado, creen que lo que un día resultó, hoy día también será eficaz. Esta ceguera los desconecta del movimiento histórico y los deja hablando solos a un público que algún día fue receptivo a esas ideas, pero que ya no existe.
En ese presente hay otra gente, con otras ideas, con otros valores y con otras aspiraciones políticas. Algo de eso es lo que ha estado pasando con las ofertas de candidatos de la antigua Concertación, cuyos sueños presidenciales no podrían tener ya un respaldo masivo en la actual situación.
Sus propias imágenes ya están demasiado marcadas con factores de los que la ciudadanía ya tiene nuevas convicciones muy firmes como, por ejemplo, los derechos humanos, las confrontaciones de intereses entre empresarios y trabajadores, los poderes fácticos, etc. Sus anteriores posturas demasiado conservadoras en estos aspectos es lo que hace que sus nombres resulten ahora obsoletos.
De ahí que los políticos que jugarán un rol verdaderamente eficaz en el futuro serán los que sean capaces de detectar estas corrientes de fondo, y de transformarse en sus genuinos intérpretes. La eficacia no está en el rol mayor o menor que estos políticos hayan jugado en el pasado, sino en el papel que jueguen con respecto a esas fuerzas que ya están en marcha y que están interpelando a quienes serán sus verdaderos representantes. Lo que ocurre es que hay un proceso que ya está en marcha y que no se puede orientar ni dirigir con las ideas del pasado. Los políticos exitosos siempre son como la cresta de la ola que los arrastra a ellos mismos y valida por un cierto tiempo sus palabras.
Como estas voces del futuro en el Chile actual todavía no se hacen escuchar con fuerza, la escena política nacional se llena con voces del pasado, vaticinios catastrofistas de antiguos ministros resucitados con el objeto de debilitar todavía más a un gobierno vapuleado que parece dirigirse al despeñadero, propuestas electorales de personajes caducos que pretenden demostrar que “todo tiempo pasado fue mejor” y que aparecen como los que garantizarían el orden en medio del naufragio, discursos atemorizantes que buscan probar que cualquier movimiento reformista conducirá al país al desastre.
Pero todo esto es transitorio. Lo decisivo es que ya la ciudadanía ha vuelto la página y las cosas están marchando hacia otra dirección. El descontento con el gobierno que se muestra en las encuestas no corresponde a una fuerza unitaria y coherente que busque el orden y la tranquilidad como pretende el “partido del orden”.
En ello se mezclan fuerzas que no desean más cambios, o que pretenden aminorarlos, con otras en las que el descontento es porque los cambios no llegan como se había propuesto o no tienen la radicalidad que ellos desearían que tuviesen. En la clase política cada cual interpreta estos datos como les acomoda. Pero quienes tendrán éxito en el futuro serán los que escuchen atentamente el momento que vive la ciudadanía. Esta no quiere volver al pasado y está harta de promesas incumplidas o cumplidas a medias.
El lenguaje que se requiere ahora pareciera ser más radical de lo que piensan muchos. Ya no hay miedo frente a las Fuerzas Armadas como había en el pasado reciente, ya no hay temor a la venganza de los empresarios frente a medidas que favorezcan a los trabajadores, ya no tiene mayores efectos el cuco de los equilibrios macroeconómicos.
No es retrocediendo que se interpretará correctamente el proceso que ya está en marcha.Tampoco es “avanzar sin transar” como se imaginan otros. Es avanzar hacia un Chile acorde con lo que se está viviendo en el planeta y definitivamente alejado del medievalismo en que lo dejó la dictadura militar.
La ciudadanía parece haber avanzado en el tiempo mucho más que la clase política, cuyos discursos, aunque tengan mucha cabida en la prensa se dirigen a un país que ya pasó y no tienen ninguna fuerza de interpelación. La música del futuro ya está sonando, solo que todavía no ha encontrado las voces que la interpreten correctamente.