Los hechos negativos como las tragedias personales o sociales suelen ser siempre más recordados que los grandes momentos de felicidad. Si repasamos los últimos años que nos ha tocado vivir en el ámbito social necesariamente tenderíamos a recordar más el golpe de Estado de 1973, que el gran triunfo de Frei en 1964 que abrió los cauces de la participación popular, campesina y urbana o incluso el propio plebiscito del 5 de octubre de 1988. No abundaremos sobre las causas de aquello que es cuestión de especialistas.
Con la Iglesia Católica pasa exactamente lo mismo. Incuestionablemente el sangramiento permanente por los delitos canónicos, penales y civiles cometidos por miembros del clero marcan en forma dramática la historia reciente, porque de esos estamos hablando la historia reciente y es de tal naturaleza esta situación desgraciada y es tanto el dolor que causa que incluso a los propios miembros de la iglesia se nos olvidan tantas obras de bien.
La Iglesia Católica a pesar de lo dicho ha sido capaz de mantener milagrosamente su consistencia y desde esa perspectiva miramos con gratitud la descomunal tarea en lo que se ha llamado la defensa de los derechos humanos en Chile que, se ha transformado casi en una abstracción, en circunstancia que los llamados derechos humanos- se olvida fácilmente- es cuestión que atañe a personas concretas, los derechos humanos no son un intangible, sino un componente de carne, hueso y espíritu fecundo que se destruye por el mal; pero no solo la iglesia colaboró en esa tarea primordial, sino que también ayudó a construir puentes de reconciliación y ahora que levanta la voz con suavidad, pero firme, sobre lo que entendemos por el derecho a la vida se la ataca en las redes sociales en forma canallesca, sino que en otras esferas e incluso de cristianos, señalando que la iglesia se metía en cosas del Congreso o de parlamentarios o culturales que no eran necesariamente su quehacer religioso.
Los Obispos han señalado que la vida hay que defenderla siempre y así nos parece a nosotros que es más correcta la forma de acercarnos a los temas complejos, porque cuando comenzamos con las excepciones o a subordinar la vida a excesivas libertades personales o razones geopolíticas o sociales el camino es tan ancho como peligroso.
La Iglesia chilena hace un gran llamado de atención que, al igual que antes, debiera ser tomado en serio, porque así como la dictadura se mofó de la Iglesia no sería bueno bajo ningún punto de vista que los demócratas hiciéramos lo mismo.
La Iglesia también más allá de nuestras fronteras ha contribuido en forma extraordinaria a la reconciliación en los pueblos que conformaban la Europa del Este que hasta la caída del Muro de Berlín aparecían como pueblos tristes y subyugados, reprimidos. La Iglesia en este caso ayudó a una solución pacífica y a que se recuperaran las confianzas.
Mas recientemente hemos visto los pasos audaces de la iglesia en la cuestión Judeo – Palestina y su reconocimiento al estado Palestino por el Vaticano y la visita pastoral del Papa a las tierras sangrantes de Palestina, constituye todo un símbolo de lo que seguramente ocurrirá a no mucho andar.
La reconciliación de Cuba con Estados Unidos que parecía imposible desde todo punto de vista fue en parte también fruto laborioso de una iglesia que ha dado ejemplo de paciencia e inteligencia para devolver no sólo la libertad plena a los cubanos, sino que también hacer comprender a la gran potencia militar, científica y política que es Estados Unidos, que hay que entenderse aún con aquellos que parecen enemigos irreconciliables.
Habría que agregar mucho sobre la labor pastoral y social en obras de caridad tan enormes y de tanta profundidad que sólo cabe enunciarlas para que todos sepamos a qué nos referimos.
Mientras escribo estas líneas se está desarrollando una reunión llamada cónclave, palabra que deviene etimológicamente de algo que se encuentra secreto, encerrado con llave, en clave.
Tengo esperanzas que las puertas se abran, que las ambiciones se queden encerradas y salgan sueños realistas a la luz y que algunos temas de orden como el aborto o la educación sean mirados con una perspectiva que no provoque entre los miembros y movimientos que apoyan al gobierno fracturas innecesarias, porque con las luchas culturales se sabe donde se parte, pero no donde se termina.