La inserción de la mujer al mundo laboral ha sido un proceso que ha llegado para quedarse y potenciarse. Si hace solo dos décadas se veía como una opción, hoy es un elemento identitario para la mujer, quien ha integrado la vida profesional como una dimensión relevante de su vida, que se relaciona tanto con la necesidad de mantener el hogar como con el desarrollo personal.
Este cambio ha movilizado una serie de dinámicas a nivel de la familia, de la pareja, del trabajo, generando tensiones en todos ellos, ya que no han sido capaces de crear las transformaciones necesarias que permitan sostener este nuevo equilibrio de una manera satisfactoria.
En el hogar es frecuente escuchar que la mujer es la principal encargada de la crianza de los niños. Es compartida la creencia, por hombres y mujeres, de que ella tiene una sensibilidad especial por el hecho de ser mujer, que le permite saber qué le pasa a los niños y cómo manejarlos. A la mujer le ha sido difícil renunciar a la exclusividad en el ejercicio de este rol, considerado para la mayoría un elemento estructural de su identidad.
Podemos ver cada vez con más frecuencia, a hombres que comparten labores del hogar; a parejas que negocian sus trayectorias profesionales, turnándose quien estudia, quien trabaja, y quien asume con más prioridad el trabajo doméstico y de crianza. Estas conversacionesen el pasado eran mucho menos frecuentes o definitivamente no se daban. Se ve, en este sentido, la voluntad de conversar acerca de estos temas, lo que es ya un gran avance y muestra un camino hacia nuevos equilibrios.
En paralelo a la evolución de la mujer en el mundo del trabajo, han evolucionado también las redes tradicionales que prestaban apoyo para la crianza de los niños. Como es sabido, se ha ido produciendo un cambio desde la familia extensa a la familia nuclear, dejando a esta última bastante más sola para asumir los desafíos de la crianza y el sostén.
Aunque las abuelas y los abuelos son una red de apoyo,en muchos casos fundamental, es cada vez más común que estos mantengan proyectos de vida plenamente vigentes, con una vida activa, lo que ha implicado que su disponibilidad para apoyar en la crianza sea más limitada y acotada.
Por otro lado, el sistema escolar no está aún alineado con esta nueva forma de vida. Jornadas de salida del colegio a distintas horas durante la semana (las que no coinciden con el horario laboral de los padres), días de celebración o reuniones especiales en los cuales los niños no tienen que asistir al colegio o salen a horarios más tempranos, innumerables tareas para las que el niño necesita apoyo, demuestran que los colegios aún conservan la idea de que hay una madre con una alta disponibilidad para atender a sus hijos.
Recuerdo en una ocasión en una reunión de apoderados en que se estaba preparando una fiesta de fin de año, la profesora dice que “necesitamos el compromiso y la ayuda de los padres para que el evento resulte bien… ah perdón, quise decir, que las madres nos ayuden porque los padres están muy ocupados con su trabajo”. Ese comentario, junto a lo antes señalado, esconde una representación equivocada respecto al rol de las madres hoy. Este tipo de prácticas tensionan a la madre y la familia en su conjunto, que se ve imposibilitada de cumplir con todas las exigencias
A nivel laboral, por otro lado, la mujer tiene las mismas exigencias que un hombre en cuanto a horarios, responsabilidades, cumplimiento y resultados, como si dispusiera de la totalidad de su tiempo para dedicarse a ello.
En este contexto, hay una mujer y una familia que han ido integrando estas dimensiones a su identidad, pero tenemos instituciones que aún siguen funcionando como si nada hubiese cambiado.
Por otro lado, tenemos mujeres que aunque tienen el deseo de hacerlo todo (como dice Touraine), mantienen creencias y representaciones respecto de su rol, como si las cosas no hubiesen cambiado. Y ésta es la mayor fuente de tensión hoy para la mujer, y explica en parte los mayores índices de problemas de salud mental y depresión que se exhiben hoy en nuestro país.
Pero en la fuente del problema está también el camino para enfrentarlo. Empezar por generar espacios para que la mujer pueda hacer consciente estas creencias, sobre todo este deseo de querer hacerlo todo bien, de la dificultad que tiene para pedir ayuda y decir no sé.
Que pueda reflexionar respecto de su estilo de vida, que escuche el testimonio de las mujeres que sí han ido avanzando y encontrado modos diferentes de vincularse. De aprender unas de otras. Y empezar por conversar con la pareja, con los hijos y visualizar los modos de compartir los roles e involucrar directamente a los hijos en este nuevo acuerdo. Ésa es la invitación.
A conversar para generar un nuevo acuerdo que permita lograr un equilibrio satisfactorio. Otro desafío está en las instituciones. Pero por algo se empieza.