Como país estamos viviendo una crisis que se ha ido forjando silenciosamente, durante mucho tiempo, y a diferencia de otras, ésta nos afecta a todos y puede llegar a ser muy destructiva para una sociedad.
Es la crisis de confianza, la que se traduce no sólo en la falta de credibilidad hacia las instituciones y hacia quienes forman parte de ellas, como las iglesias, los partidos políticos, el gobierno y sus autoridades, sino que afecta la credibilidad hacia cualquier persona común.
Me impresiona cómo en lo cotidiano crecientemente cada uno de nosotros vamos siendo “sospechosos” para el que va al lado, y cómo en cualquier afirmación o declaración, por intrascendente que sea, se juzga desde la sospecha y la mala intención.
No sólo la mayoría de los medios de comunicación prejuzgan como culpable a una persona relacionada con un determinado caso, sino que nosotros no permitimos ni menos exigimos la posibilidad de la inocencia de esa persona.
Esta mala manera de relacionarnos nos está perjudicando, está dañando aún más nuestro ya débil tejido o vinculación social, complica nuestras relaciones, y nos dificulta considerar mínimamente la presencia del otro en el bienestar de nuestra individualidad.
La desconfianza, la que por cierto tiene muy buenos y muchos argumentos para que se haya instalado en nuestro país, sólo fortalece nuestro individualismo, lo que por cierto empobrece nuestra vida.
Estamos exacerbando el ejercicio y respeto de “mis derechos” completamente separado de los deberes que conlleva. Valores como el esfuerzo, el hacer bien las cosas, la renuncia y la gratuidad, no están de moda.
Me parece que parte del origen de estos actos, está en que hemos olvidado la virtud de la Prudencia. Pareciera ser que el límite de la acción lo fijan sólo las leyes, no lo ético, ni mucho menos “lo prudente”. La valorada pillería del chileno es la que nos permite actuar en forma ideológicamente falsa, tener conflictos de intereses, ganar a costa de la injusticia de los otros, abusar en todo orden de cosas, recibir coimas, no pagar la micro y desconocer la existencia de prácticas irregulares.
La palabra prudencia etimológicamente proviene de la capacidad de ver por adelantado. El prudente es aquel que en conciencia de sí y de los otros, evalúa sus acciones respecto de sus consecuencias inmediatas y futuras, y decide en consecuencia.
La solución a esta crisis destructiva de confianza por supuesto que recae en gran parte en quienes tienen el poder de impactar en la vida de muchas personas, como los políticos, los religiosos, los empresarios, los líderes sociales y deportivos, pero también recae en nosotros.
Sí, de nosotros también depende superar este sentimiento ramplón que vivimos en Chile, al recuperar la prudencia que hasta hace poco tiempo, era una característica del chileno.
En nuestro país abundan las personas honestas, bien intencionadas, probas, prudentes y que tienen la capacidad de pensar más allá de sus propios beneficios e intereses, y es el momento de que nosotros les demos la oportunidad que sean vistas.