Chile es un país con democracia, es cierto. Tan cierto como que es una democracia poco robusta. Cumplimos con el principal indicador democrático, y hasta por ahí no más; la existencia de elecciones para la designación de cargos representativos. Pero como todos sabemos, bajo la lógica de un sistema binominal que delega la representatividad popular al cuoteo de los partidos políticos.
Sin embargo las grietas de nuestro sistema democrático son mucho más profundas. Chile convive en una concentración de poderes de todos los tipos. Los grandes negocios concentrados en unas pocas familias, la educación de calidad concentrada para un pequeño porcentaje de la población, el futbol concentrado en unos pocos empresarios, y los medios de comunicación concentrados en unos pocos grupos económicos.
Esta última concentración, es a mi parecer, la más peligrosa, porque es la que diseña y define un relato para el país. Es la que instala realidad. Lo que no está en los medios, no existe y lo que está existe y se constituye como verdad. Ejemplos de este fenómeno, son infinitos. De los últimos puedo nombrar la huelga mapuche y la colusión de las farmacias, que solo lograron constituirse como verdad una vez que desbordaron todos los límites.
En este sentido, Chile tiene hoy (aun) una oportunidad de fortalecer en parte nuestra democracia, implementando una política visionaria en el campo de la futura televisión digital terrestre.
Las decisiones que deben tomarse para la implementación de la televisión digital en nuestro país, si bien se desenvuelven en el ámbito técnico, definiendo por ejemplo un eficiente plan de espectro, o la durabilidad de las concesiones, son antes que técnicas, decisiones políticas.
Desde donde se instalen para analizar el escenario y tomar decisiones marcará en un sentido u otro el destino de nuestra televisión, como instrumento político, de formación, de administración de información, de constructor de sentidos simbólicos de la propia realidad.
Hay muchas decisiones que tomar al respecto, y hay que ser audaces en esto, torcerle la mano al sistema, ir más allá del mercado y poner como protagonista de este cambio a los ciudadanos, más que a los empresarios de la televisión o la tecnología.
Ser audaces, significará tomar la decisión correcta, que permita realmente la existencia de nuevos y más diversos operadores, significará confiar en que el mercado seguirá siendo sustentable con regulación y que esta debe definirse en forma previa y transparente y no relegarla al imposible ámbito de las fiscalizaciones por denuncias ciudadanas; significará también garantizar que una porción del espacio radioeléctrico pueda desarrollarse sin la lógica del mercado aquella que pueda entregar contenidos culturales, educativos o comunitarios.
Nuestros parlamentarios tienen hoy esa oportunidad y solo podrán hacerlo si logran dimensionar que la televisión, es por sobre todo un medio de comunicación y como tal puede transformarse en una herramienta de fortalecimiento a la nuestra democracia.