El progresivo descenso del nivel de aprobación del gobierno en las encuestas de opinión, junto con el aumento del rechazo ciudadano, hacían muy predecible un cambio en el gabinete.
Más aún cuando esta negativa evaluación ciudadana se expresa no sólo en las encuestas sino que comienza a instalarse como manifestaciones ciudadanas en movilizaciones estudiantiles, en las grandes protestas ante decisiones ambientales, en las demandas de derechos para la diversidad sexual y de género, en reivindicaciones del pueblo mapuche y otras etnias, entre las principales.
Pero lo más probable es que lo que provoca esta decisión presidencial de cambiar el gabinete no es la autopercepción sobre la falta de capacidad de su gobierno, sino el hecho de que la ciudadanía lo perciba así y lo castigue con su desaprobación.
Seguramente, si no existieran las encuestas y las movilizaciones el Presidente seguiría pensando que su gobierno en 20 días hace más que los demás en 20 años, que ha instalado el gobierno de los mejores o que la forma chilena (léase de su gobierno) de hacer las cosas debe ser el modelo a seguir por Alemania (se lo dijo a la primera ministra Merkel), por poner unos de ejemplos.
El cambio de gabinete aparece entonces, principalmente, como un mensaje a la ciudadanía de que quiere cambiar también el rumbo, con la finalidad de que ésta le permita tomar aire y le dé una nueva oportunidad. Una especie de cambio como el que ordena el entrenador de un equipo cuando está ahogado por otro, con el fin de parar el asedio, enfriar el partido e ingresar algún hombre de refresco.
Ahora bien, la forma en que recibirá este mensaje la ciudadanía y cómo le responderá al Presidente tiene que ver con la credibilidad que tenga su mensaje.
Sin embargo, también sabemos por las encuestas que la credibilidad presidencial está fuertemente deteriorada, siendo su atributo peor evaluado. Y sospecho que las características de este cambio de gabinete envían mensajes contradictorios que poco ayudarán a hacerlo más creíble.
Veamos algunos ejemplos.
En el discurso que hace el Presidente después del juramento de los nuevos ministros señala en dos oportunidades que el peligro que puede tener su gobierno es “dormirse en los laureles”, que es lo que se quiere evitar revitalizando el equipo.
Un elemento que no conversa con el reconocimiento que hizo el día anterior de que hay cosas que no se han hecho bien. ¿A cuál de los dos discursos creerle? Al menos deja la sospecha instalada de que la autocrítica de ayer no toca el fondo de las cosas y que queda muy superada por la autosatisfacción que lleva a dormirse en los laureles.
El gran cambio de gabinete tiene muchos efectos especiales que hacen muy evidente que la apariencia es más que la realidad.
Se publicita y diseña el cambio con una cuantía en números (8 cambios en el gabinete) que al conocerlo con precisión resulta que sólo salieron tres ministros y lo demás es intercambio de posiciones. Y en los cambios de posiciones premio para los más cuestionados.
Lavín, tras el bochornoso papel en educación, no sale del gabinete sino le da una segunda oportunidad para que ensaye ahora con los temas de desarrollo social, indígena, mujer, juventud y discapacidad.
Y Energía, luego de las crisis con la ciudadanía por las decisiones energéticas, su Ministro Golborne es premiado con Obras Públicas, un ministerio que luce.
Quizás lo más bullado y creíble como efecto de cambio en el gabinete sea el ingreso de los dos senadores UDI al gobierno, uno en el rol de arquero y el otro posiblemente asimilable a lo que hace el pitbull en la cancha.
Pero, nuevamente un mensaje poco transparente, pues se ve opacado por el hecho de que los incorporados los saca del Parlamento, donde están como representantes elegidos en votación popular y que para reemplazarlos obliga a que haya una designación a dedo de quienes estimen las cúpulas partidarias. Por fortalecer su gobierno debilita y enrarece la composición del Senado de la república, acción repetida por segunda vez y poco amable con la democracia.
Por último, el discurso posterior al juramento también fue efectista y poco concreto.
Carpetas para los nuevos Ministros y resumen del Presidente de las tareas contenidas, gran parte de ellas expresadas con encargos genéricos y frases grandilocuentes. Al GANE de la educación ayer agregó otro GANE (el gran Acuerdo Nacional por la Energía), cuyo ministro debe comenzar a preparar y repensar una nueva matriz energética.
Lavín debe trabajar para erradicar la extrema pobreza. Golborne, con pie firme tiene que enfrentar la escasez de agua. A Longueira le toca contribuir a hacer de Chile un país más competitivo y con mayores igualdades. Minería tiene que encabezar el renacimiento de los pilares de la minería chilena. Sabemos que el papel todo lo soporta y que las palabras se las lleva el viento. Ese discurso aporta poco a la credibilidad.
Si el cambio de gabinete tenía como uno de sus objetivos dar un mensaje a la ciudadanía para que creyera que hay un cambio de rumbo, me parece que nuevamente se lamentarán errores comunicacionales que provocarán más desconfianzas y dudas que credibilidad.
Y a estas alturas la pregunta que surge es si los errores son solo comunicacionales o son más bien efectos inevitables de la nueva forma de gobernar, para los que no hay estrategia comunicacional que logre ocultarlos.