Las fuerzas armadas chilenas, por decisión del Ejecutivo y el Congreso, cumplieron el año pasado diez años de estar en Haití.
Hace una década Haití estaba incendiándose por su costado nordeste (ese mismo donde hace unos días murió un soldado chileno), el país estaba hundiéndose en una anarquía aun mayor que la habitual, el líder nacional dejaba el gobierno (entregaba una renuncia a un alto funcionario de la embajada de los EEUU y se asilaba primero en la Caricom y después en Sudáfrica) y la región (República Dominicana, Puerto Rico, EEUU) temía que el incendio alcanzara los contornos e impidiera las tareas de paso de una serie de bienes muy preciados por los EEUU y Santo Domingo.
Yo había dejado mi trabajo en Haití el año 2003, y para mí, meses después, no fue gran sorpresa lo ocurrido. Aristide, que parecía estar en su salsa con el anarquismo y sus buenas intenciones de ex orador salesiano y actual líder de masas, pagaba ahora su viaje de Estado hacia ninguna parte.
EEUU estaba, como siempre, por militarizar su permanente política de intervención en el siglo XX e invadir.
Ahí, el Presidente de Chile, que había ganado muchos puntos en el mundo por su oposición a la intervención de Bush en Irak, decidió algo mayor: mandar tropas chilenas a apagar el fuego, pacificar en la medida de lo posible, y mostrar al mundo que Latinoamérica estaba en condiciones de hacer en El Caribe lo que, históricamente, EEUU decía le correspondía.
La chilena fue una acción de un soft power de este subcontinente, una aventura bien intencionada de una pre-potencia latinoamericana.
De la misma manera actuaron diversos países, gobiernos y fuerzas armadas amigas: Brasil (que por su peso específico de pre-potencia real pasó a comandar las fuerzas), Argentina, Uruguay, Perú, Bolivia y Ecuador, la mayoría de ellos con gobiernos de izquierda.
En estos diez años se han ido sumando países asiáticos, Canadá y un pequeño contingente de los EEUU. Formalmente se trata de una Misión de la ONU. El Congreso chileno, sin escuchar a los haitianos, ha decidido mantener tropas allí. El Congreso haitiano se ha mostrado crítico. El Presidente haitiano está conforme: las tropas extranjeras ayudan a mantenerlo en el gobierno.
Hoy en Haití hay un Presidente de la República, surgido como otros por una elección viciada, que sin embargo tuvo el visto bueno de la OEA, de la ONU y por cierto de los EEUU y con el que nadie ha cortado relaciones: el Sr.Martelly, cantante de “kompá” (a quien sus fans llaman Sweet Micky), especialista en mostrar sus partes pudentas en antiguos carnavales (hacía caras pálidas), a quien también se le llama El Pelao (Tet Kale).
Hay un Congreso, en el caso de Haití Parlamento, que se ha renovado de mala manera pero que existe. Hay gobiernos municipales electos. Hay (es un gran avance) Registro Civil y Registro Electoral y tienen derecho a voto todos los mayores de edad. Funcionan todos los partidos políticos aunque ha estado con trabas Lavalas (La Avalancha) el movimiento que encabeza Aristide, ya vuelto de su exilio y con residencia y actividades “educacionales” en la capital haitiana.
Es un gran avance. En el Chile independiente de España no hubo Registro Civil hasta fines del siglo XIX y no existió una ciudadanía plena (que integrara a todos los mayores de edad) hasta 150 años después de su independencia (un siglo y medio después de O’Higgins). Tampoco acá volvió del exilio don Bernardo. Y a nadie se le ocurriría que, bajo el gobierno de Piñera o Bachelet pudieran haber vivido en Chile Allende y Pinochet. Allá lo hicieron Aristide y Baby Doc, hasta hace poco, cuando el segundo falleció.
En estos diez años la economía haitiana se mantiene más o menos igual, con crecimiento bajo y una tremenda desigualdad e índices parecidos a los de los países subsaharianos, Afganistán y Nepal.
He escuchado que las fuerzas armadas extranjeras se mantienen en Haití (aunque están disminuyendo sus contingentes), las chilenas entre ellas, por solidaridad con un país que se mantiene en la pobreza y en una sociedad con un Estado en formación.
Falacia. Haití no es una excepción en el mundo. Hay muchos países en la Tierra cuyos índices de expectativa de vida, mortalidad infantil y materna, epidemias, hambre y sida son peores que los de Haití. Muchos. Y países donde la presencia extranjera ha sido permanente.
Mil millones de seres humanos (Haití tiene diez de esos mil) viven con menos de un dólar diario, sin caminos modernos, sin electricidad y sin agua potable.
Las razones de la desigualdad de la especie son mucho más profundas.
En América, sólo en las costas (y el interior) del gran Amazonas hay una población del tamaño de la de Haití que vive en condiciones de pobreza, marginalidad, sanidad, droga y prostitución peores que las de Haití. Parecida situación se vive en callampas, tomas, pueblos jóvenes y favelas de toda América del Sur y parte de El Caribe. También en los bajos fondos de los EEUU, particularmente Nueva York.
Actualmente EEUU controla de arriba a abajo la sociedad haitiana y el naciente Estado Haitiano, como pocas veces en la historia.
El Jefe de Estado, el Pelao Martelly, Sweet Micky, que tiene su mansión privada en Palm Beach, es el más pronorteamericano de sus gobernantes desde 1989.
El “representante del mundo”, que maneja la ayuda externa y encabeza la Misión encargada de las inversiones en la isla, es el ex Presidente Bill Clinton, el mismo que en 1994, en acuerdo con Aristide, disolvió las fuerzas armadas haitianas, adictas a los Duvalier.
Y EEUU ha probado que, cuando lo decide, y sin preguntarle a nadie, puede invadir Haití si éste vuelve a incendiarse. Después del terremoto, y estando en Haití la Misión de la ONU que integra Chile, EEUU invadió Haití y se tomó las ruinas del blanco Palacio Nacional y el aeropuerto. Se retiró cuando quiso. La OEA no dijo nada. La ONU tampoco.
¿Qué hacemos hoy los chilenos y latinoamericanos en Haití?