El escenario que enfrentan las creaciones artísticas es bastante distinto a aquel que encaraban en 1995, cuando la Unesco escogió el 23 de abril para celebrar el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor -en conmemoración a las muertes de William Shakespeare, Miguel de Cervantes e Inca Garcilaso de la Vega-.
Hoy la industria afronta, más que nunca, cambios que la enriquecen, pero que también la acercan a nuevos desafíos.
Si antaño las grandes empresas discográficas eran mediadoras entre autores y público, hoy las redes sociales y los espectáculos en vivo, permiten un contacto más horizontal entre los artistas y sus audiencias, diversificando de paso la oferta de música, al incorporar géneros que en otros tiempos hubieran sido considerados poco comerciales.
La industria de la música chilena ha sufrido una transformación importante. El remezón representado por Internet ha modificado tanto en el vínculo que establecen los grandes sellos con el mercado nacional, como la forma en que los artistas definen sus tácticas de producción y difusión para generar ingresos por la venta de sus obras.
De acuerdo a cifras del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, en Chile el 60% de la producción discográfica se concentra en el segmento de los sellos independientes. En tanto, el 27% del total de la producción nacional está concentrado en las autoediciones (o “músicos sin sello”). En este escenario de autogestión, el creador se transforma en productor y promotor de sus obras.
De acuerdo a este contexto, la industria local se compone de diversos actores individuales y empresas de múltiples trayectorias. Así, las condiciones laborales de los músicos son fluctuantes, por lo que los derechos de autor cobran una importancia fundamental al retribuir a los creadores por sus obras.
Si bien, en el mundo, la recolección de derechos de autor ha crecido un 19% en el último año, acorde a datos de la Federación Internacional de Productores de Música, Chile está aún lejos de poder disfrutar de esa tranquilidad, encontrándose entre los últimos lugares de los países de la OCDE en la materia.
La creación artística siempre será un importante generador de cultura e identidad, razón por la que la protección de esa obra (y la de su autor), debe estar dentro de las prioridades de un país de apunta al desarrollo.